Publicado en Personajes

Charles: Entre Ficción

Relato procedente: «Palabras al Viento«. Edad: 38 años.

Ciudad: Illinois. Profesión: Escritor.

Descripción física:

El cabello es negro y algo canoso, tengo los ojos castaños, labios finos, tez un tanto morena y no tan esbelto como me gustaría, hago ejercicio pero me cuesta la vida. Normalmente, visto con vaqueros y una camisa de botones cómoda con un chaleco que me abrigue un poco, no suelo salir demasiado, añadiendo unos zapatos cómodos. Muchos dicen que envejezco rápido, supongo que por el estrés y la ansiedad a la que a veces puedo estar sujeto, cuando tienes fama no sueles pensar en estas cosas hasta que te pasan, ¿verdad?

Descripción de la personalidad:

Suelo ser un tipo bastante tranquilo, menos cuando me sacan de mi paz. Me encanta meterme en las historias que escribo, cabalgar entre las vidas de los personajes y olvidarme de la mía por completo, casi nunca está a mi gusto, normalmente, falta algo que no puedo identificar. Muchos dicen que los escritores escriben para no sentirse vacíos y en mí es algo que podría confirmar, no hay nada que me llene más, ni siquiera mi familia, suena algo cruel decirlo pero es así. Me considero un incomprendido, no se observa la mente de un escritor desde la inteligencia sino desde la locura, no se suelen agradecer unas buenas letras sino el último cotilleo de la temporada. Y diría que lo odio.

Pegado a una máquina de escribir:

Mi abuela Marie me regaló una máquina de escribir en mi séptimo cumpleaños y he de reconocer que la curiosidad pudo conmigo. Al principio, tan solo hablaba de tonterías y no entendía muy bien mis propios escenarios pero me daba igual, disfrutaba muchísimo y no podía despegarme de ella. Cada día tecleaba nuevas historias, iba a casa de mi abuela tan solo para hacer eso y, simplemente, me aficioné. Era un chico callado, así que, supongo que me ayudaba un poco a expresarme, mis emociones parecían fluir mejor.

Esta máquina de escribir vino conmigo a todas partes, de hecho, incluso pude presumir de ella como una reliquia en la Universidad, unos meses después de que la abuela Marie muriera para hacerle una especie de homenaje. La dejé un poco más apartada cuando los ordenadores eran una parte fundamental en la vida humana y dejar las páginas escritas al instante no era algo tan urgente, sino que, podías editar cualquier cosa desde la comodidad de tu teclado sin borraduras ni tachaduras en el papel o tener que volver a empezar la hoja de la historia de nuevo.

Ahora está en el despacho de mi casa, adornando una de las estanterías, nunca me olvido de cómo empecé y me ayuda a seguir adelante, a mirar el vaso medio lleno, si cabe.

Viviendo en la ausencia:

Diría que siempre había vivido absorto en mis pensamientos, tenía tantos que no podía si quiera aclarar mi mente. A mi familia le parecía preocupante esta nueva pero no tan nueva faceta de mí porque la llevo arrastrando hasta este momento formando una parte importante de mi personalidad, pero yo no le daba la mayor importancia, simplemente, estaba siendo yo mismo. En cualquier momento del día, fuera lo que fuera que estuviera haciendo, sentía algo dentro de mí u oía una frase en mí cabeza, llevaba siempre un papel y un lápiz para anotarlo todo para luego darle un poco de protagonismo a mi máquina de escribir.

En el colegio siempre estaba presente físicamente pero no lo hacía de manera mental, tampoco me atraía cualquier cosa que explicaran porque a mí no me estaba sirviendo o interesando del todo, tan solo quería aprobar porque para mis padres era importante y porque así dejarían de echarme la bronca. Tuve claro desde el momento que vi aquella máquina que iba a ser escritor, no me llamaba nada más, mi madre se empeñara en que me interesara por medicina o derecho, quizá psicología o antropología pero, lo cierto era que le hacía caso porque sabía que su único sueño era verme cruzar las puertas de una Universidad importante. Terminé con ese sueño bastante pronto.

Alguien apasionado:

Tras terminar el instituto, no quise perderme ni un minuto de mi vida como escritor, tan solo tenía que sentarme y escribir un libro pero, como es de esperar, no todo es tan simple como esto. Me decepcioné al ver que casi todos mis escritos terminaban en proyecto porque no eran lo suficientemente buenos o perdía el interés en ellos, aunque una parte de mí me empujaba a que siguiera intentándolo. Lo hice durante años, teniendo trabajos a tiempo parcial cada cual más horroroso pero seguía viviendo en casa de mis padres y tenía que ayudarles económicamente, mientras mi madre siempre refunfuñaba sobre «esto te pasa por no haber estudiado», no se tomó muy bien mi negativa.

Después de varios años, mi primera novela se publicó. No esperaba que el editor le prestara demasiada atención, tan solo era un novato con unos objetivos demasiado altos pero me sorprendió gratamente cuando me dijo que era la historia mejor contada que había leído. Ahí empezó mi carrera, el libro tuvo éxito aunque no ganaba demasiado al principio, me embarcaba en nuevas historias hasta quedarme absorto totalmente en ellas.

Entre la realidad y la ficción:

Cuando empecé a despegar en la carrera de escritor y a ganar más de lo que podía gastar, mi madre siguió sin reconocerme mis méritos, algo que entendí, desde que era pequeño quería que tuviera un trabajo bien remunerado y más importante que escribir cuatro palabras en un papel sin saber que esto costaba también su esfuerzo, pero nunca le he guardado rencor. Según ellos, necesitaba un psicólogo, dejaba que las horas pasaran escribiendo y no me responsabilizaba de nada más, podía estar sin ver a mi hija durante días o trasnochar tanto durante días tan seguidos que podía sentirme más que confuso cuando me hablaban de algo, era una resaca creativa grata de observar, aunque sabía que nadie iba a entenderlo.

No es raro que un escritor desaparezca de su entorno cuando escribe pero nunca verá a los personajes de sus historias como si fueran de carne y uso, tampoco se transportará a sus habitaciones y podrá tocar los muebles que él mismo ha descrito en su novela pero a mí estaba ocurriéndome más a menudo de lo que podría decir y estaba empezando a asustarme porque aparecía en lugares en los que no recordaba haber estado o el trayecto hasta allí, hablar solo en una cafetería con uno de mis personajes al lado y el encargado quedárseme mirando extrañado o reírme a carcajadas de una broma que una niña de 9 años me había dicho al oído inocentemente cuando no estaba para nada comiendo con nosotros y nadie más podía verla.

Empecé a preguntarme si era verdad que había dejado de distinguir qué era real y qué no, si me había vuelto loco y todavía no me había dado cuenta a pesar de que todo el mundo lo insinuaba, creyendo que, de verdad, tenían la imagen de un escritor estereotipada.

Un futuro terapéutico:

Según mi psicóloga, me vendría bien un poco de aire, de sol, caminar a la luz de la luna, notar el agua de la playa chocar contra mis pies… Estoy obsesionado con lo que hago, quizá, todavía no ha sacado un diagnóstico pero mi mujer ha prometido que estará conmigo en todo momento, dejando que mi hija Grace me abrace tras medio año sin haberlo sentido… incluso, había olvidado a tener otros contactos físicos o con la naturaleza sin darme cuenta. Trato de evitar mi despacho durante la noche, debo sentarme a escribir tan solo cuatro horas diarias, el resto del día debe ser para mí y mi familia, puedo asegurar que es lo más difícil que he hecho, es como sentir que me estoy desenganchando de una droga y no me siento bien para nada.

Mi padre vino la semana pasada en cuanto mi mujer le dijo que llevaba un mes de terapia, quería darme su apoyo incondicional pero mamá todavía necesitaba más tiempo, ella sabía que ser escritor solamente iba a destruirme. Nunca confió en mí, tampoco espero que lo haga ahora, es mejor que tenga su espacio hasta que decida aceptarlo aunque pasen diez años más. Mi editor tendrá que alargar las fechas de entrega de las novelas y puede que no gane tanto dinero como me gustaría pero es un esfuerzo que estoy decidido a hacer, se me va la olla, es mejor pararlo ahora que estoy a tiempo, ¿no?