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Jed: Sed de Venganza

Relato procedente: «Una Elección«. Edad: 41 años.

Ciudad: Memphis. Profesión: Vigilante de seguridad.

Descripción física:

Soy un tipo alto, con cabello castaño y corto, con piel un tanto morena y que siempre viste de negro, creo que es el color más básico y el más simple de combinar. Mis labios son algo gruesos y mis ojos de un color miel. Me suelen gustar los vaqueros y los zapatos cómodos, odio ir de formal, solo cuando me tengo que vestir con el uniforme del trabajo pero jamás para salir.

Descripción de la personalidad:

Supongo que soy alguien con quién se puede confiar, no hago preguntas y tampoco favores, siempre he estado metido en mis cosas, no me gusta molestar a otros. Soy reservado, cariñoso pero también algo frío, depende del contexto, no suelo confiar en los demás, solo en los más cercanos, odio las decepciones y esperar algo que nunca va a llegar. Hablo lo justo y necesario, cuando se me mete algo en la cabeza he de hacerlo, sino me vuelvo loco. Quizá me vean como a alguien distante o cortante, supongo que puedo considerarme algo así pero puede que no me conozcan muy bien.

Una infancia violenta:

Mamá tenía problemas y muchos, de esos de los que no quería hablar. Sus cambios de humor eran continuos y no conseguía mantenerse en pie ni un día, podía ser una madre cariñosa y, al día siguiente, empezar a tirar platos a quién fuera que le estuviera hablando, creaba situaciones realmente malas. Creo que la mayor parte de mi infancia me la pasé refugiado en mi cuarto, escribiendo historias, a veces leyendo o saliendo a probar el skate que mi padre me regaló por mi cumpleaños.

Mi padre estaba preocupado. No quería demostrarlo delante de mí pero ciertamente, lo estaba. Les veía pelear, gritarse, volverse locos de atar. Papá la llevó a un psiquiatra y le aconsejaron que debería llevarla a una institución de salud mental. Lo necesitaba de forma urgente, no estaba nada bien. Supongo que ahí fue cuando la violencia terminó para mí, a veces, iba con moretones al colegio y no podía evitar que los profesores preguntaran. Sabía que mamá estaba enferma y debía protegerla, pero me resultaba doloroso e incómodo. Después de internarla, nos quedamos solos papá y yo y todo fue mejorando poco a poco sin darnos cuenta.

Unos años complicados:

Supongo que para todos, la adolescencia ha sido una etapa complicada pero se hace aún peor cuando eres invisible o, al menos, pretendes serlo. Me tiraban los libros, me empujaban por los pasillos y era el principal objetivo de un matón que lo único que quería y necesitaba cada día era mi almuerzo. Nunca comía en el recreo, ni siquiera tenía ganas de salir fuera, sabía que él estaría allí y que todos se reirían porque había vuelto a ganar. Era un idiota pero no podía contárselo a nadie. Mi padre nunca lo supo. Era mayor para guardarme mis cosas, para manejarlo como podía,

Empecé a ir a clases de defensa personal, lo creí necesario. Esas clases se llamaban «me voy al fútbol, papá. Vengo en un rato». Quería ser fuerte, quería saber defenderme y poder contraatacar, plantarles cara, quería saber de disciplina y auto control, quería dejar de tener miedo todo el tiempo. Me ayudó mucho a reestablecer mi auto estima, a entenderme y a saber encontrar un balance entre mi mente y mi cuerpo. Fue una etapa realmente esclarecedora que no compartí con nadie más que conmigo mismo.

Marlene, una brisa agradable sobre la piel:

La conocí en la tienda de discos a la que solía ir. No fue un momento especial ni nada por el estilo, simplemente, estábamos en la misma fila mirando algunos grupos de rock y ella decidió empezar la conversación con una broma que ya ni recuerdo. Sonreí y continué con la broma. Al girarme vi esos ojos azules, esa sonrisa, un cabello dorado que embriagaba y un gusto para vestir muy parecido al mío, quizá cogió lo primero que vio para bajar a esa tienda pero, digamos que fue lo que más me llamó la atención. Nos encontramos un par de veces más en el mismo lugar y entablamos alguna conversación sobre música y trasladamos esa conversación a una cafetería, mientras reíamos entre café y café.

No decidí que me gustaba en ese momento, ni siquiera en los más de siete u ocho meses después en los que entablamos amistad, tampoco en esa época de auto descubrimiento que pretendía empezar. La verdad es que con papá estaba bien y no pensaba para nada en chicas o en relaciones, siempre estaba ocupado. Pero, simplemente, sucedió. Fuimos a un cine donde podíamos ver la película en el coche y sacamos todo tipo de dulces y porquerías que se nos ocurrió, solo para reírnos y pasar el rato. Nos aburrimos un poco de la película, pero seguimos allí, hablando de nuestras cosas. La conversación se empezó a volver cada vez más seria, más profunda, distinta de las que solíamos tener, interesante y hasta atrayente. Nos besamos. Y justo en ese momento, empecé a verla de otra manera. Supongo que ambos lo hicimos.

La vida perfecta:

Así lo pensé, desde el primer momento en el que decidimos darnos una oportunidad. Conectábamos muy bien y estábamos dispuestos a apoyarnos que, en sí, era lo más importante. Nos fuimos a vivir juntos unos cinco o seis años después de empezar nuestra relación. Ambos estábamos ocupados y nunca veíamos el momento de sacar el tema. Recuerdo que papá estaba muy contento y me pidió que no la dejara escapar, que habíamos sido muy pacientes.

Nos compramos una casa a las afueras, rodeada de naturaleza donde decidimos casarnos. Supongo que, cuando todo va bien y sigue como está planeado, parece que tu vida no va a parar de brillar y de ser perfecta. Como vigilante de seguridad tenía un buen sueldo y estaba bastante bien posicionado, mientras que Marlene trabajaba en una empresa que reparaba ordenadores. No era lo que siempre hubiera querido pero le daba para pasar el mes, era lo que quería, nada complicado. A veces, alternaba con otros trabajos y, a veces, simplemente se dejaba llevar.

La noche del robo:

Recuerdo esa noche porque estuve trabajando. Fue una de esas noches donde quieres irte a casa, que el reloj adelante las horas lo más rápido posible para volver a tu vida y seguir viviéndola como hasta el momento. Pero una alarma de mi teléfono sonó sin parar. Me mostraba mi casa, nuestra casa. Alguien había entrado y Marlene no se había percatado todavía. La llamé varias veces pero no respondió. Cogí el coche lo más rápido que pude y me dirigí a allí. La puerta estaba abierta, la alarma había dejado de sonar, las luces estaban apagadas, había ropa por el suelo, platos, cubiertos, como si hubiera habido una pelea. Llamé a Marlene varias veces pero no respondió. Me esperé lo peor.

Encendí las luces del salón y subí las escaleras, toda la casa estaba patas arriba. No había un solo cajón en el que no hubiera rebuscado. Las joyas habían desaparecido, la televisión, el tocadiscos, muchas cosas de valor. Tuve una sensación, de las malas, así que, me dirigí hacia el baño de nuestro dormitorio. Vi a Marlene en la bañera, con sangre por todas partes. Me quedé de piedra. No podía respirar. Me dolía el pecho, me temblaban las manos. «Joder, ahora no», pensé. Saqué el teléfono para poder ver las grabaciones, para ver si podía ver la cara del cabrón que había entrado. Iba a ir a por él.

Sed de venganza:

No volví a pisar esa casa nunca más, la dejé tal como la encontré y empecé a buscarle. Le había identificado, sabía su nombre y dónde solía esconderse después de meses de perseguirle, era listo, muy listo. No dejaba rastro. Mi padre se encargó del funeral, de escribir algo bonito para ella, de llevar las flores, de presentarse allí… yo no podía. No hasta que él estuviera muerto. Fui a los barrios más problemáticos de la ciudad para conseguir un arma, eso era lo que quería, eso era lo que me mantenía despierto y me obsesionaba, ir a la tumba de mi mujer podía esperar.

Lo gracioso es que le cogí, le tenía en un callejón, atrapado. Me juró que no había hecho nada, por supuesto, no le creí y estuve a punto de apretar el gatillo cuando alguien me dio un disparo en la pierna. El chico de la capucha salió corriendo y desapareció, mientras el nuevo cabronazo me confesaba que había matado a mi mujer y que había estado robando en mi casa con detalles muy específicos. Me tenía tirado en el suelo sin oportunidad de defenderme, se me había caído la pistola y la pierna me sangraba demasiado como para intentar ponerme de pie. Me apuntó con su arma y sonrió, le gustó haber ganado la partida. Cuando creía que yo le tenía, era él quién me tenía a mí. Me disparó sin remordimiento, sin pensarlo.

Ningún futuro a la espera:

Supongo que papá me lo advirtió, tenía razón y odiaba cuando tenía razón. Olvidé describirme como un cabezota cuando hablaba de mi personalidad, y por supuesto, mi padre no lo olvidaría y se culparía por ello, por no pararme a tiempo. Le conozco, era como si le estuviera viendo. No podría con el dolor de tanta pérdida, ya lo pasó con mamá y no salió bien, tuvo que ir a terapia porque no soportaba estar sin ella y porque ya no conocía a la mujer que iba a visitar una vez a la semana.

Será diferente conmigo, yo me he ido por completo. Ha sido mi elección, para nada es su culpa, pero odio que vaya a hacerse daño por una equivocación que ha sido solo mía. Las obsesiones y los impulsos siempre han sido mi kriptonita, lo que más he debido controlar pero esa confianza de tener la vida perfecta, me cegó por completo, nadie te da nada a cambio de nada. ¿Verdad que no?