
Relato procedente: «En Persona«. Edad: 38 años.
Ciudad: Columbus. Profesión: Recepcionista.
Descripción física:
Mi cabello es negro, por los costados y por detrás bastante corto y por arriba en forma de tupé bien peinado y cuidado, con una barba algo poblada y con zonas canosas. Mis ojos son de un tono azul claro, aunque si no les da mucho la luz pueden volverse de un color más intenso. Mis labios son finos y mi tez un tanto morena. Siempre me ha gustado vestirme de forma informal, exceptuando cuando voy al trabajo que es el único momento donde soy capaz de llevar traje y corbata.
Descripción de la personalidad:
Desde que era pequeño, me han comentado que tengo bastantes problemas a la hora de exteriorizar emociones, no me gustan mucho los conflictos y rehúyo de personas que sé que me van a traer problemas. Soy bastante callado e introvertido, desde siempre he estado en mi cabeza, hablando conmigo mismo, reflexionando, sintiendo como si no perteneciera al mundo, con una tristeza inexplicable. Sí que es verdad que, como todo el mundo creo, tengo la habilidad natural de pretender que soy como los demás para hacerles creer que encajo y me siento genial en el entorno, cuando la realidad es que no tengo ni idea de qué están hablando.
Una infancia bastante aislada:
Creo que siempre fui ese típico niño rechazado que vivía en su cabeza, soñando e imaginando mundos propios en los que poder caracterizar personajes, no solía hablar demasiado y no me gustaba el colegio, sacaba las notas justas para pasar de curso porque no me interesaban los temas de los que hablaban y no encajaba muy bien en mis entornos. Con mis padres siempre sonreía y asentía con la cabeza pero me sentí solo casi todo el tiempo, no entendían el porqué de mi aislamiento, por qué quedarme en casa encerrado leyendo y no tenía amigos. No me interesaba y eso, simplemente, no podía fingirlo.
Me gustaban los juegos de mesa, los puzzles, las sopas de letras y todo tipo de juegos que solo hiciese falta una persona para jugar. Era un niño muy introvertido y no me gustaba causar problemas, era calmado y no me importaba demasiado lo que pudieran pensar los demás de mí, muchos me comparaban con un robot. Era inteligente pero no tenía el menor interés en demostrarlo, era como esforzarse para nada, sabía que los demás no valorarían ninguna cosa de la que hiciera, solo se quejaban de dinero y de la cantidad de facturas que llegaban a casa, aparte de discutir delante de mí por cosas que no me concernían ni lo más mínimo. Ellos tenían sus cosas, yo era un cero a la izquierda y estaba cómodo en esa zona de confort.
No hice lo que se esperaba de mí:
De hecho, nunca lo hice. Desde pequeño, de adolescente y adulto, no hacía lo que se esperaba de mí en ningún ámbito de mi vida. No escuchaba a nadie, estaba decidido a andar por mi cuenta. Mis padres se empeñaban en que entrara en la Universidad a estudiar medicina, según ellos era un chico listo y seguro que lo sacaba, igual que lo hizo el abuelo, ganaba bien y la familia pudo echar hacia adelante. Mi padre le admiraba, yo no, y no tenía ningún interés en ser como él, no me interesaba ser médico. Luego quisieron que me apuntara a Derecho, mi respuesta fue la misma, que no. Tampoco me apunté a la de Negocios, la de Turismo o la de Administración de Empresas.
Así que, decidieron elegir ellos por mí. Porque claro, era lo mejor. No llegaban a final de mes pero debían presumir de hijo inteligente que estaba estudiando una carrera como los demás del barrio. Tardé dos semanas en anular la suscripción, aquello era absurdo, yo no quería ir a ninguna Universidad, lo que quería era encontrar un trabajo y salir de casa, empezar a pensar en salir del nido, se volvió la cosa más importante de todas. Lo mejor que pude encontrar fue de recepcionista en un dentista, empecé a los veinte y hasta hoy sigo estando allí, ganando el salario mínimo, viviendo en un pequeño pisito en el centro y sin más responsabilidades que hacer la comida y llegar a tiempo al trabajo, el sueño de cualquiera.
Nunca fui feliz:
Mucha gente habla de felicidad, de qué se siente en esos pequeños momentos que todos tenemos, que nos hacen reír a carcajadas y nos hacen sentir increíbles. Yo, por otro lado, nunca llegué a sentir algo así, es más, todo lo contrario. Siempre sentí una tristeza permanente, que no se iba por nada. Estaba ahí, mirándome, esperando. Durante mucho tiempo, quise saber por qué y empecé a acudir a terapeutas por toda la ciudad, para conseguir respuestas, al parecer, tenía depresión crónica. Esa tristeza que apenas notaba al principio, cada año que pasaba iba magnificándose más y más hasta hacerse a veces profunda y otras, calmada y equilibrada. Tenía bastantes altibajos y empezó a afectar a mi día a día.
La verdad es que no recuerdo ni una sola vez en la que realmente me hubiera sentido pleno, lleno de vida, de júbilo y de alegría, ni siquiera de niño solía sonreír o reírme demasiado, no me gustaban mucho las bromas y aborrecía los chistes. Además, me incomodaba la gente, algunas muestras de cariño y que trataran de hacerme reír, no me apetecía nada. Muchas personas en la oficina pensaban que yo era aburrido, que no tenía nada que ofrecer y era uno más, pero creo que nunca sabrán lo que hay detrás de unos ojos tristes, ¿verdad?
Las reuniones:
Aquí fue cuando empezaron las terapias de hipnosis. Iba dos días a la semana y el terapeuta solía decirme hacia dónde ir. Normalmente, bajaba unas escaleras y me topaba con varias habitaciones en lo que parecía un sótano un tanto oscuro, sin ventanas. Una de las habitaciones, la que parecía más grande, era la que siempre me atraía hacia ella para que la abriera, como si quisiera decirme algo. Cuando lo hacía, me encontraba en una habitación de cuatro paredes, con dos sillas, una frente a la otra y con alguien ya sentado en una de ellas. Y era así de sencillo, era como hablar conmigo mismo, porque teníamos el mismo aspecto exacto, lo único que nos diferenciaba es que él tenía la costumbre de no llevar camiseta.
Pero él no era yo, ni mucho menos, mi «yo subconsciente» estaba en otra habitación que a veces, solía visitar para reflexionar sobre algunas cosas. Ese que se sentaba frente a mí, con tal perfecta similitud, era mi tristeza en sí misma. Esto puede ser chocante pero, a la vez, muy útil. Siempre traté de llegar a un acuerdo con ella, siempre quise que nos lleváramos bien pero no era muy sencillo hablar las cosas, era bastante pasota, tozuda, egoísta, sarcástica, y de lo más irritante. Cada vez que salía por esa puerta, me sentía más frustrado y desesperado, no quería darme un respiro. La invitaba a irse, incluso, le dejé la puerta abierta varias veces para que pudiera ser libre, ya no iba a retenerla más, pero ella nunca quiso cruzarla. Pensé que era ella que no quería irse, pero años después, me di cuenta de que quizá era yo quién no quería deshacerme de ella porque formaba parte de mí y no quería estar solo. Una melancolía un tanto tóxica, sí…
Un futuro aislado:
La depresión nunca termina de superarse, imagino. Mejora, por supuesto, y depende de días. La última vez que la visité, me dijo lo mismo que la última vez, seguía distante, no fui capaz de asustarla ni un poco, no pestañeó ni un segundo, desvió la miraba fríamente y cortó tajante la conversación. Estaba dispuesto a volver en un año o dos quizá, puede que le dejara un poco de espacio o quizá dejara de empeñarme en que se fuera y tratara de aceptarla, tal como ella dijo. Fueron muchas las cosas que me han llevado a este punto exacto, a este sentimiento intenso que cruza mi pecho tantas veces, así que, quizá entiendo por qué está ahí conmigo. Aunque le cueste reconocerlo, le da tanto miedo salir de esa habitación como miedo me da a mí de que salga, puede que tengamos ese tipo de relaciones posesivas-obsesivas donde no podemos dejar de tirarnos cosas y discutir pero donde necesitamos al otro tanto que no le dejamos escapar.
Supongo que vivir con ello es lo único que he hecho hasta este momento y será lo único que pueda hacer para tratar de seguir caminando, pase lo que pase o hasta que quiera descansar de una vez, desaparecer o dejar de sentir. Pero hasta ahora siento que no debería rendirme, aunque siga teniendo días muy malos y tenga que hacer un esfuerzo por seguir de pie. Creo que ser compasivo conmigo mismo es lo que me salva de seguir frustrado y roto por dentro.