
Relato procedente: «Una Vida sin Ti«. Edad: 43 años.
Ciudad: Boston. Profesión: Empresario.
Descripción física:
Mi cabello es de color negro con algunas canas en los costados, mis ojos son castaño claro y mis labios finos. Mi tez siempre ha sido pálida pero en los últimos años, ha ido haciéndose un poco más morena, digamos que ligeramente. He cogido unos cuatro kilos de más aquí y allá debido al estrés, me da por comer los pastelitos que hacen en la cafetería dos bloques más allá de mi casa. Suelo vestir de traje y corbata de lunes a viernes, los fines de semana, me gusta más llevar vaqueros y camisa si voy a salir pero cuando no, me aficiono a estar en casa en pijama.
Descripción de la personalidad:
Me considero trabajador y me suelo conformar con poco. Por lo general, tengo energía pero en mis días libres, cae en picado por lo que soy un solitario adicto a las películas de terror y a las palomitas. No soy para nada lo que aparento, puedo parecer elegante, caballeroso, entregado, atento y muy servicial pero en cuanto cruzo la puerta de salida del trabajo, soy un tipo normal que preferiría pasarse la tarde leyendo cómics y recordando buenos tiempos con amigos, soy bastante nostálgico y me encanta la cerveza, las tabernas son mi segundo lugar favorito, como un refugio o un segundo hogar.
Lazos importantes:
No recuerdo haber tenido momentos de infancia del todo agradables, lo único que me gustaba era leer y esconderme debajo de la cama, corretear después de las clases por el parque que había frente al colegio y comprarme chucherías en la tienda que había calle abajo de casa de mis padres. Era una rutina que me hacía sentir medianamente feliz dentro de mi miseria. Lo único que podía oír en casa eran gritos, mis padres discutían por cualquier cosa, cada día se aguantaban menos y solían evitarse bastante. Ni siquiera se daban cuenta de cuándo me iba y tampoco de cuándo volvía, y empecé a los ocho años después de escuchar una pelea horrible entre ellos donde oí un fuerte golpe contra la pared de su habitación. Pensé en lo más terrible que alguien podría imaginarse y, me dio tanto miedo que salí corriendo. Ahí es cuando me di cuenta de que huir no era una idea tan mala.
Empecé a salir cada noche, me sentaba en un banco cerca de casa y abría las páginas de un nuevo cómic, se convirtió en un ritual. Una de estas noches, otro niño de mi misma edad, se sentó a mi lado. Se llamaba Michael. Ambos nos sonreímos y nos sorprendimos al saber que íbamos al mismo colegio pero no nos habíamos visto. Pareció pura casualidad pero años después, creí firmemente que fue el destino porque, a partir de ese momento, fuimos inseparables. Él no solía hablar mucho, menos de sus sentimientos, pero supe que algo pasaba en su casa, a veces, se pasaba noches enteras sin dormir sentado en un banco sin poder volver. Algunas de estas noches, le invitaba a dormir en casa sin que mis padres se enteraran, a primera hora solía salir por la ventana y volver a la suya.
Lealtad y respeto:
A pesar del paso de los años, nuestra amistad siempre se basó en lealtad y respeto. Íbamos a todas partes juntos, él era el fuerte y el que solía enterrar sus emociones, mientras que yo era más expresivo y solía decir lo que pensaba. Nos complementamos. En situaciones difíciles, solíamos llamarnos a medianoche para vernos, despejar nuestra mente con un juego de ajedrez, de rol, un cómic o puede que un paseo a la luz de la luna. Recuerdo que muchos de los abusones del colegio le tenían miedo, no se acercaban a mí porque él estaba allí, solía tener temperamento, pero solamente le vi enfadado unas cinco o seis veces en la vida.
Incluso cuando ambos nos casamos, solíamos vernos para cenar y tomarnos unas cervezas, comentar anécdotas y, por supuesto, hablar de cómo iba en el trabajo. Recuerdo que me despidieron y yo estaba desesperado, le llamé para pedirle consejo y, al día siguiente, Michael me dijo que fuera a su compañía que tenía empleo para mí. ¿La verdad? No sé qué hubiera hecho sin él. No he tenido hijos y él tampoco pensaba tenerlos, amábamos a nuestras mujeres pero no hasta ese punto, supimos que teníamos la fecha de caducidad pegada al culo cuando nos negamos los dos. Fueron decisiones difíciles, dos divorcios juntos y un montón de deudas que pagar y mierdas emocionales que superar pero siempre quedábamos, no había un solo día que no fuéramos juntos a tomar algo al salir del trabajo. Me gustaba eso, me encantaba que esos lazos no se disiparan nunca.
Actitudes extrañas:
Pero, como sabemos, todo lo que empieza también acaba, ¿verdad? Nuestra amistad no fue, estoy seguro. Había algo en él que no era lo mismo, empezó a actuar diferente. Faltaba a las reuniones del trabajo, no venía a la empresa días seguidos, no respondía a las llamadas ni a los mensajes, cuando respondía era para decir algo rápido y colgar, ya no venía a tomarse una cerveza con los compañeros de trabajo o a cenar con los amigos comunes, e incluso, su madre me llamó para preguntarme qué ocurría con Michael. Eso sí me preocupó. Sabía que con su padre no había tenido nunca muy buena relación, pero con su madre tenía una especie de amistad especial como él la llamaba y todos los días hablaban por teléfono.
Sabía que algo pasaba, ni siquiera su ex mujer sabía nada de él. Se separaron pero en buenos términos, nada de garras, sangre y destrucción, más bien fue algo pacífico, sabía que quedaban para hablar de vez en cuando pero ella ya hacía meses que tampoco sabía nada de él. Y, por si fuera poco, no le abría la puerta de casa a nadie, se quedaba dentro y no había forma de sacarle. Continué preocupado, por supuesto pero, ¿qué más podía hacer yo? Le di un poco de espacio, incluso, analicé si le había hecho algo de forma personal que no recordaba y que podría haberle herido pero no se me ocurrió nada, así que, desistí. Al final, pensé que estaría pasando por una fase, la verdad, ya no sabía qué pensar, me faltaban ideas.
La llamada:
Michael me llamó minutos antes de morir. Su voz era temblorosa, tartamudeaba un poco, sollozaba de vez en cuando y no sabía muy bien qué decirme. A decir verdad, me dio la sensación de que yo fui su «última llamada». Sonó como si se despidiera, no le entendí muy bien, trataba de poner más atención, de subirle el volumen al teléfono pero, no podía terminar de entenderle bien y, a veces, se cortaba la señal. Después de un par de minutos muy rápidos y cortos al teléfono, colgó sin despedirse. Supongo que, solo oír su voz ya era en definitiva, una despedida.
Entonces me pregunté varias cosas. ¿Por qué me llamaría después de tantos meses sin casi hablar ni responder a las llamadas? ¿Por qué justo en ese momento? ¿Estaba en apuros? ¿Necesitaba ayuda? ¿Dónde iría si así fuera? ¿Esa llamada era una especie de mensaje para mí que yo debía entender para saber dónde buscarle? No sé, mi mente iba a tres mil por hora, ni siquiera sé por qué me dirigí justo a ese puente, no sé si fue una especie de intuición, el destino o su esperanza que me acompañaba. La cuestión fue que llegué. Corrí por todo el puente, le llamé. Estaba desierto a las dos de la madrugada, por supuesto, a penas pasaban dos o tres coches por allí. Me asomé por todos los rincones, hasta que le vi. Le vi tirado en unas rocas, había sangre en ellas y su cabeza estaba abierta, su cuerpo inerte, sus ojos me miraban y su piel se había vuelto pálida. Grité. Grité de dolor, lloré y le di golpes al puñetero puente. No iba a conseguir nada porque él seguía muerto. Incluso, diciéndolo ahora sigue pareciendo mentira. Llamé a la policía y a la ambulancia, pasé por interrogatorios donde me tuvieron toda la noche. Llegué a casa al día siguiente, exhausto y agotado.
El funeral:
Dos horas antes, no quería ir. Estaba harto de pensar en él todo el tiempo, quería que volviese, no quería decir unas palabras en su funeral, eso sería una admisión de que estaba muerto. Me arrastré a mí mismo allí, tratando de calmar a sus padres, hacía pocas horas de que se habían enterado de que Michael se había suicidado. Mi mente no dejaba de darle vueltas al por qué. Su vida había continuado exactamente igual, ¿qué había cambiado? Seguía preguntándome si alguien le podría haber amenazado con algo, si alguien podría haberle manipulado para que lo hiciera, nunca he creído que él mismo se tirara sin razón, por teléfono parecía muy angustiado, como si tuviera que hacer algo que no quisiera hacer. No le entendí muy bien pero, tuve esa sensación en mis entrañas desde esa llamada y era algo que no pensaba ignorar.
Traté de ser lo más conciso y específico en respecto a nuestra amistad entre esas palabras que dije a los presentes en el funeral, traté de ser quién él hubiera querido y no el pesado que no dejaba de hablar de gilipolleces sentimentalistas. Sabía que odiaba todo eso y sabía que hasta odiaría las flores que su madre había comprado, incluso el ataúd. Él siempre había querido que lo quemaran, quería desaparecer del mundo, no quería dejar rastro, nos reíamos pero le creí por alguna extraña razón. Su ex mujer no quiso estar más de lo necesario, no pudo hablar durante todo el tiempo que duró el funeral ni siquiera con los padres de Michael, ni siquiera conmigo.
Un futuro sin él:
Supongo que a todo hay que acostumbrarse. Quizá él ya no esté y esas cervezas que tomábamos ya no vuelvan a suceder pero el agujero que estaba empezando a sentir dentro de mí se agrandaba por momentos, quería llorar todo el tiempo. Empecé a estar furioso desde la noche que le encontré, impotente desde su llamada, confuso desde que empezó a aislarse y no sabía de él, triste desde que se empezaba a aceptar que se había ido. Me había prometido que seguiría investigando por mi cuenta qué podría haber sucedido, seguía creyendo que era imposible que se suicidara, no había motivos y lo sabía mejor que nadie porque le conocía.
Ver claramente un futuro sin él iba a ser difícil, pero no me estaba permitiendo demasiado pensar en ello, aunque le estaba recordando a cada sitio al que iba, era como si caminara junto a mí aunque no pudiese verlo. Espera, ¿lo hacía? Ojalá pudiera saberlo. Iba a tratar de levantarme por las mañanas y seguir adelante, por él.