
Relato procedente: «Ácido«. Edad: 34 años.
Ciudad: Detroit. Profesión: Tatuadora.
Descripción física:
Mi cabello es de color castaño oscuro, al igual que mis ojos, suele ir recogido con una coleta en el lado izquierdo de la cabeza. Mis labios son finos, mi piel algo pálida y me gusta vestir con vaqueros y sudaderas, normalmente, de color negro. Soy de complexión delgada, creo que siempre lo he sido, me gusta utilizar zapatos cómodos y no perder mucho tiempo eligiendo mi ropa.
Descripción de la personalidad:
Me agradan los momentos a solas, donde puedo estar en silencio, no suelo ser muy habladora pero cuando tengo algún contacto con alguien, me gusta mantenerlo. Me considero bastante empática, sensible y amable, aunque trato de distanciarme un poco de los demás cuanto puedo, no todo el mundo es bueno y no todo el mundo desea lo mejor para ti. Podría decir que soy bastante desconfiada, odio que me interrumpan cuando estoy viendo una película y no me gusta salir de fiesta, adoro leer con una única luz iluminando el salón, con eso me basta.
Una infancia loca:
Mis padres se divorciaron cuando tenía unos ocho años, fue complicado y confuso, no dejaban de hablar de mí como si fuese un objeto que debía ser transportado cada fin de semana, sin sentimientos o sin valor de elección. Supongo que eso fue lo que más me dolió, aparte de sus enfados absurdos y peleas por dinero, aparte de decirse las cosas más horribles que se podrían decir a otro ser humano, mientras yo estaba delante, escuchando. He de reconocer que no siempre prestaba atención, pero cuando lo hacía, tan solo quería esconderme en algún lugar apacible para encontrar algo de silencio y sentirme cómoda por una vez.
No me prestaban mucha atención, así que, me dedicaba a leer y a dibujar más que nada. Lo que más me apasionaba era esto último, aunque nadie se hubiese dado cuenta, solo mi profesora de dibujo. Para mi padre eran tonterías, estaba más enfocado en su enfado con mamá y para ella, era tan solo una fase que se terminaría pronto. La buena noticia fue que duró hasta mucho después de lo que ellos predijeron, se convirtió en una pasión difícil de erradicar.
Deseando salir de casa:
En mi etapa adolescente, lo único que quería hacer era salir de aquella casa de locos. Sí, puede que mis padres debieran separarse sin más, dejar su estúpida relación tóxica y seguir adelante, pero no lo hicieron. Pues qué locura, ¿no? Lo confirmo, porque lo era. Se mantuvieron juntos por mí, sin pensar que podría hacerme más daño que estuvieran juntos y discutiendo que separados y con ambientes tranquilos. Supongo que en estos momentos yo solo pensaba en mí misma, no es que fuera buena estudiante pero solo quería pasar y terminar la secundaria. Si lo hacía, podría buscar un trabajo y salir de allí cuanto antes.
Aunque las cosas no fueron tan bien como esperaba. Tuve que quedarme hasta los dieciocho, hasta que conocí a Daven, algo así como un amigo para toda la vida que iba a salvarme el culo. Yo no tenía ni idea de que iba a hacerlo. Se había ido de casa con dieciséis, había estado trabajando aquí y allá, en esos momentos trabajaba de mecánico, tenía cuatro años más que yo. Fue él quién me sugirió el vivir juntos, sabía que mi situación no era la adecuada y odiaba verme así, lo cual, creyó oportuno comentarlo, no cabía en mí de orgullo y, a la vez, de vergüenza, me hubiera gustado hacer las cosas por mí misma. Nos prometimos que sería algo temporal hasta que yo pudiera sostenerme fuera de casa de mis padres.
Trabajos y más trabajos:
Sí, tenía dieciocho años, me había independizado y trabajaba como una mula. Trabajando de camarera, en ayudante de cocina, vendedora en tiendas de ropa de segunda mano, de recepcionista, secretaria, bibliotecaria en universidades… y no sé cuántas cosas más. Pero estaba agotada. Hacía más horas que un reloj y todo para poder sostener mis gastos y mis estudios. Quería hacer algo relacionado con el arte, con lo que pudiera dibujar y tener mi propio negocio, así que decidí estudiar para hacerme tatuadora. No fue una decisión fácil, tampoco barata, pero Daven me ayudó. En realidad, me ayudaba en todo, sin hacer preguntas. Era un cielo. Dulce, cariñoso, atento, detallista, un gran tío echo pedazos por todas las novias que le habían roto el corazón. Y no me miréis, yo no quería ser la última que lo hiciera, él era un terreno que no quería pisar.
Es cierto que llegaba reventada. Tras tantas horas de trabajo no quería hacer nada, tan solo tirarme en el sofá y ver una película de cualquier cosa que Daven quisiera ver. Nos volvimos muy cercanos, uña y carne con los años, no funcionábamos el uno sin el otro, teníamos más amigos comunes con los que solíamos salir pero con quiénes más confiábamos era en nosotros, supongo que conseguimos crear nuestro propio mundo a parte del de los demás, éramos como hermanos, no teníamos secretos.
La enfermedad de Daven:
Como se suele decir, no todos los finales son felices. Este no fue uno de ellos. Daven empezó con algunos síntomas bastante leves pero frecuentes. Un día se asustó y decidió ir al médico porque tosió sangre. Todo pasó de un día para otro, al igual que su diagnóstico. Tenía cáncer de pulmón. Estuvo medicado durante bastante tiempo, iba a radioterapia. Lo tenía bien enganchado porque no funcionaba. No le remitía. Daven pretendía estar bien, siempre con la cabeza bien alta, nadie sabía qué ocurría a excepción mía. Físicamente, se sentía fatal y psicológicamente, bueno echo una mierda. Sabía que no había solución y que podría ocurrir en cualquier momento. La muerte estaba esperando en cada esquina.
Yo estaba haciéndome a la idea, no podía creerlo. Iba a perderle, así sin más. Todo iba bien, justo en ese momento, creo que llegó a ser el mejor momento de nuestras vidas. Él consiguió crear su propio taller de coches que tanto había soñado tener y yo mi estudio de tatuaje. Nos habíamos mudado a un piso un poco más grande en el que por fin, podíamos permitirnos tener más cosas y vivir fuera un poco más, como ir a restaurantes o ir al cine. En ese momento, habíamos tenido suficientes razones para sonreír. Todo se había arreglado al final, todo iba bien, según lo planeado. Hasta ese momento, hasta el momento del diagnóstico.
El ácido:
Acompañé a Daven a su última revisión. No había nada más que hacer, el cáncer se había avanzado mucho y no se podía remitir. Le habían dado dos meses de vida. Por lo que, pensaba ayudarle en todo lo que hiciera falta para poner sus asuntos en regla, para despedirse y hacer lo necesario para irse tranquilo. Yo quería ser quién le diese la mano cuando se marchara, esperaría a verle expirar su último aliento. Para mí estaba siendo descorazonador, incluso, lloraba a escondidas, aunque frente a él pretendía ser fuerte para que él también lo fuera, era mi trabajo como su amiga.
Pero esa vez, esa última vez que le vi, traía consigo un bote con un líquido transparente y unos papeles en la mano. Le pregunté varias veces qué era aquello, tan solo me contestó que quizá era la solución a todos sus problemas. Era una cura. La cura milagrosa que había ayudado a miles de personas con su enfermedad. Al menos, eso fue lo que le dijo el médico. Siento decirlo pero no me creí ni una sola palabra. Daven firmó los papeles que eximían al hospital de cualquier responsabilidad si a él le ocurría algo tras ingerir aquel líquido transparente. Insistí, creo que hasta demasiado, con que no lo hiciera, que lo pensara mejor, pero estaba desesperado y, a decir verdad, yo también.
Tras el primer sorbo, Daven no dejó de revolverse, de cogerse la tripa y quejarse de que le ardía. Traté de decirle que debíamos ir al hospital de nuevo a que le lavaran el estómago porque aquello no era normal, una cura no puede hacer el efecto contrario. Pero él estaba seguro, muy seguro de que aquello iba a funcionar porque el doctor lo había dicho. Una parte de mí quiso creerle y esa parte le dejó continuar, algo de lo que ahora me arrepiento. Se tragó el resto de líquido. Pensé que iba a darle un ataque porque se cayó al suelo cogiéndose el estómago, no podía hablar, tampoco gritar, se estaba deshaciendo por dentro, literalmente. Cuando le cogí entre mis brazos, ya no había expresión en sus ojos, ya se había ido.
Un futuro sin Daven:
Ha sido duro desde que ocurrió, no voy a negarlo. Ha sido diferente no tenerle en casa, no llamarle al llegar a casa, no preparar juntos la cena o ver películas hasta altas horas de la mañana, reír hasta reventar o contarnos nuestras penas por el simple echo de escucharnos. Solo tengo su cara inexpresiva en mi cabeza, esa imagen se repite una y otra vez, no puedo erradicarla, no puede ni siquiera pretender que no existe o que no ha existido, porque incluso su habitación está igual que siempre, su orden dentro de su desorden. No he podido tocar su ropa, ni siquiera me he acercado a su cama, a sus discos, al ordenador, tampoco he llamado a sus padres para que vengan a recoger sus cosas. Eso sería como admitir que se ha ido.
Puedo decir con certeza que un pedazo de mí se ha ido, se ha desvanecido en el aire de un día para otro, sin poder retornar a ello, sin poder rechistar. Quizá venda su taller, quizá lo deje funcionando. Quizá me mude a otro piso más pequeño o quizá me quede. Todo sigue muy confuso, darme tiempo es la mejor opción. Es curioso cómo te jode la vida sin tú esperarlo.