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Nora: Dejada Atrás

Relato procedente: «La Cena«. Edad: 32 años.

Ciudad: Portland. Profesión: Recepcionista de hotel.

Descripción física:

Mi cabello es de un color negro muy intenso, ondulado, largo hasta un poco más abajo de los hombros. Mis ojos son también oscuros, mi tez un tanto pálida y mi cuerpo esbelto. Mis labios son carnosos, normalmente, adornados con un toque de color rosa claro o carmín. Suelo vestir con vaqueros, camisetas finas de seda de cualquier color y zapatos cómodos. También me encantan las gabardinas, así que, cuando hace un poco de frío empiezo a sacarlas y a refugiarme en ellas.

Descripción de la personalidad:

Siempre me he considerado una persona íntegra, bastante sensible, callada sobre todo, y tímida. Soy reservada, no me gusta mucho compartir lo que sucede en mi vida o ha sucedido, son cosas de las que no me resulta cómodo que otros formen parte. No siempre me he sentido entendida, pero he sido muy sociable aún sabiendo que sería un poco criticada, he sido bastante inocente en ciertas ocasiones pero considerada y responsable. No soy muy habladora, supongo, pero me gusta escuchar y dar consejos a aquellos que lo necesitan, si ese es el caso.

Una infancia muy sociable:

Mis padres siempre fueron muy sociables, invitaban a amigos a casa todo el tiempo y les gustaba invitar a sus hijos a casa en todos mis cumpleaños. No es que a mí me gustase mucho, pero solía sonreír. Es curioso, porque crecimos todos juntos y nos hicimos amigos después de tanto tiempo, de hecho vivíamos en el mismo barrio y solíamos quedar muchas veces. Eran Gretta, Jim, Jack, Annie y Tom. Éramos los seis amigos de siempre, los de toda la vida, como se dice ahora.

En el colegio tendía a ser bastante callada, pero sacaba buenas notas y me gustaba sonreír. Le sonreía a todo el mundo, no tenía miedo de hacerlo, sabía que así les gustaría a ellos y querrían estar conmigo, tenía esa carita de niña buena, solía acoplarme a sus estilos de vestir, a su música favorita y si no les gustaba leer, yo también decía que a mí tampoco. Solía seguir a la corriente, tratando siempre de encajar lo que podía y ser quién quería ser en casa, entre las paredes de mi cuarto. Creo que siempre supe que el mundo funcionaba de esta manera y que tan solo tenía que seguir el camino para no ser abucheada, como otras muchas niñas lo eran, se trataba de observar alrededor para ser una copia más, al menos, lo más parecida posible. Le hacía caso a mamá, ella lo sabía.

Una adolescencia invadida de preguntas:

Bueno, ya sabéis como es esto. Granos, chicos guapos, hormonas por el techo y la primera vez del periodo, transformándote en una mujer adulta, pero no tan adulta. Mi adolescencia trajo muchas preguntas consigo, porque yo tenía claro que sí, me gustaban los chicos y quería salir con alguno, darnos besos y cogernos de la mano, pero no hacer nada más que incluyera meternos en la cama. Pero la mayoría de mis amigas ya lo habían hecho, yo andaba un tanto retrasada en esa materia. Por una parte, no quería ir retrasada, todas habían experimentado lo bueno y lo no tan bueno de la primera vez con un chico, pero yo no, y todas me miraban de forma extraña, era la virgen del grupo. Se reían y hacían bromas sobre ello.

¿Por qué tenía que ir deprisa? ¿Por qué debería querer hacerlo? ¿Por qué tenía que gustarme alguien? ¿Por qué tenía que acostarme con alguien solo porque me gustara? Se pasaban las horas de recreo señalando chicos como si fueran trozos de carne las chicas y los chicos como si ellas fueran objetos que exponer en una tienda. Nunca me identifiqué con ello, pero me reía con ellos. Ellos se reían de mí. No era mi momento, cuando para los demás lo fue. Yo esperaba encontrar a alguien especial con quién perder la virginidad, para mis amigos eso era una estupidez pero se trataba de perderla y ya está porque así era esa etapa, de volverse un poco loca. Jamás lo creí así, quise seguir escuchando los consejos de mamá y esperar a estar lista. De hecho, perdí la virginidad a los 18.

La adultez daba asco:

Pagar facturas, alquiler, trabajar como una mula y llegar a casa rota y cabreada. En eso se resumía mi día a día. Trabajaba en una recepción de hotel desde los veinte. Había sido siempre fiel a esa empresa, apenas llegaba a fin de mes pero podía comer y dejar de vivir con mis padres, casi que me estaban echando con 20 años, todos mis amigos eran independientes, así que, ¿por qué yo no? Quisieron que estudiara, pero preferí irme de casa antes y buscar mi camino de alguna forma. Nunca pasó, seguí de recepcionista y sigo siéndolo, desde hace 12 años, no me ha interesado hacer ninguna otra cosa, no tengo muchos hobbies y mi tiempo libre me lo paso leyendo.

Me di cuenta de lo que se trataba la vida. Solucionar problemas y sobrevivir a las adversidades, comer sano, ir al médico si algo va mal, trabajar 8 horas diarias, dormir otras 8 si eso es posible y el insomnio no te ataca, hacer unos cuantos recados durante la semana y tirarte en la cama tras un día duro. No tenía tiempo ni de salir, y mis amigos de toda la vida hacía tiempo que no me decían nada de quedar, estaba sola. Tampoco me interesaba casarme, tener hijos o engancharme demasiado a nada. Estaba muy ocupada y no pensaba precisamente en ello. Solo quería que me dejaran en paz.

He perdido la cuenta de cuándo empecé a volverme tan amargada. Sonrío cada vez que lo pienso, pero es que es la verdad, solo pienso en llegar a casa para dormir la mona. No pienso en nada de lo que la gente piensa, no entro en sus ritmos de vida, tampoco en sus tiempos. Es curioso como alguien sociable, se vuelve tan asocial de una etapa a otra.

La cena:

He de reconocer que estaba emocionada de ir a la cena que había preparado Annie, Gretta, Tom, Jim y Jack, mis amigos de la infancia, los de toda la vida. Desde que se habían casado y habían tenido hijos, no les había visto, ya no compartíamos tiempo juntos, siempre estaban ocupados. Se veían muy bien, aunque las chicas un tanto cansadas, tenían ganas de tener un descanso después de pasar la mayor parte de su tiempo con los niños, sonaba más bien agotador. No me extrañé al comprobar que yo era la única que no estaba casada ni tenía hijos, por tener no tenía ni novio, tampoco estaba interesada o pensando en nadie en concreto, lo único que creía de verdad es que no iba a ser juzgada por ello y que seguro que íbamos a pasar un buen rato.

Me equivoqué. Tras responderse todas sus preguntas, bromear, contar historias varias que no se habían contado y hablar de sus familias, me tocó el turno de dar respuestas, al parecer, yo era la única que no había aportado ningún comentario sobre mi vida en particular, querían saber qué era de mí después de tanto tiempo sin verme. Supieron en ese momento que yo era la misma de siempre, que nada había cambiado desde que me conocían. Sola, soltera, una lectora intrépida que solo trabajaba y vivía bajo un confortable techo en sus días libres, que no solía salir porque no tenía amigos y no recibía llamadas, solo del trabajo. Dicho así sonaba lamentable y ellos lo hicieron sonar lamentable, tanto que se me atragantaba la comida. Quise salir de allí dando un brinco, tan rápido como me fuera posible, pero no lo fue porque la cuenta llegó a nuestra mesa.

Como supuse, ese restaurante era uno de los más costosos de la ciudad, precioso pero caro. No me llegaba con lo que había traído, unos pequeños ahorritos que había estado dejando en el banco para las próximas compras del mes, algo que me iba a dejar en números rojos. Ellos rieron, como si no fuese a doler más tarde. Yo era pobre, ellos tenían dinero. Me pagaron la cena sin ningún problema, mis amigos eran exitosos, tenían todo lo que querían, vivían bien y solo tenían que llegar a casa a tiempo para la cena. Vidas perfectas. Vidas que para nada, yo quería.

¿Me hicieron sentir menos con sus comentarios? Indudablemente. ¿Me hicieron sentir inadecuada y fuera del ritmo normal de vida? Posiblemente. ¿Lloré porque me hicieron sentir horriblemente mal? Sí, además de comerme un buen bote de helado de chocolate yo sola para quitarme el estúpido berrinche de encima. ¿Me hicieron sentir que estaba equivocada? ¿Que mi vida no era normal, mejor o peor que la de ellos? La verdad es que no. Tengo la vida que tengo, les guste o no, y es la que hay. Quién quiera aceptarme bien, quién no, no es mi problema. Si por esto no soy respetada o querida, pues me parece bien, no les necesito para que me levanten el rabo, me basto sola. He creado mi vida sin su ayuda, y lo seguiré haciendo, no tengo que ser otra persona solo para encajar en sus vidas perfectas. Ni lo hago ni lo haré, no tengo absolutamente nada que demostrar.

Un futuro de una vida casi perfecta:

Y sí, no lo es. No es perfecta. Todos tenemos nuestros altibajos y nuestras formas de vida, malos hábitos, pensamientos trampa, estupideces que hacemos para sobrevivir y trabajar de recepcionista de hotel para poder llegar a fin de mes. Creo que aceptar esto sabiendo cómo viven otros, va a ser un reto, supongo que negar volver a salir con esos amigos que siempre me cubrieron las espaldas mientras crecíamos, va a ser una pastilla difícil de tragar, al igual que no coger el teléfono en las horas que no sean de trabajo, para no tener la sensación de que trabajo de más.

Una vida casi perfecta que a veces, disfruto. Otras veces, no tanto. Da asco y es una mierda. Pero es la realidad, no hay cabida para las historias de hadas, para las historias de película, para los dramas sin resolver de vidas pasadas. Es como es y se acepta tal cual, con sus cosas buenas y sus cosas malas, es el precio que se paga por estar vivo, y no me importa pagarlo.