Publicado en Personajes

Noah: Perdiendo a un Hermano

Relato procedente: «DeterioradoEdad: 26 años.

Ciudad: Austin. Profesión: Guitarrista.

Descripción física:

Mi cabello es negro y corto, mis ojos son grises, tengo una tez pálida y soy bastante delgado, pero de complexión fuerte. Mis labios son finos. Suelo vestir con camisetas de leñador, las tengo de tantos colores que a veces olvido las que tengo, otras veces, suelo llevar alguna que otra sudadera cuando tengo más frío. Me gustan los pantalones vaqueros sobre todo, para mí son más cómodos que los de vestir, normalmente, rotos en la zona de la rodilla o la pantorrilla, les da un estilo más rockero porque también lo soy, Suelo llevar zapato cómodo, unos botines o unas converse, a veces, unas vans, pero de normal, lo primero.

Descripción de la personalidad:

Siempre he sido bastante serio y callado, puede que imponga un poco a primera vista. Me gusta aislarme, ponerme los cascos y dejar que el mundo deje de girar por un momento. He sido una persona bastante tranquila, me agrada el silencio, aunque no me incomoda estar con gente, lo que sí hago es ocuparme de mis asuntos sin compartirlos. No soy una persona muy confiada o que crea en los finales felices, creo que nunca lo he sido pero sí creo que los sueños pueden hacerse realidad.

Una infancia con compañía:

Fui el segundo hijo que mis padres trajeron al mundo, mi hermano Adam y yo nos llevábamos seis años de diferencia, podría decir que siempre estuve acompañado. Mis padres solían tener sus altibajos, discutían, a veces, demasiado y mi hermano solía llevarme al jardín para jugar a la pelota y distraerme o llevarme al parque para que dejara de quejarme de lo poco que hacíamos para divertirnos.

Adam siempre fue ese hermano al que admiras tanto que explotarías, quería ser como él. Quería su corte de pelo, negro como el mío y corto, quería sus ojos grisáceos con tonos azulados, quería su complexión, su ropa, su forma de caminar, incluso, quería ser igual de decidido con todo. Muchos dicen que el hermano rebelde suele ser el pequeño, esta vez, fue al contrario, Adam era el hermano rebelde, no se callaba, decía siempre lo que pensaba, sus explosiones de ira a veces preocupaban a mamá, o cuando se quedaba en su cuarto en silencio, algo que a papá le sacaba de quicio. Creo que siempre se preocupaban, porque no hablaba, no era capaz de sentarse con ellos y mantener una conversación, solía dejarlo todo e irse sin mediar palabra. No creía que fuera importante.

Adam siempre fue difícil, aunque conmigo se ablandaba un poco. Me miraba fijamente y me confesaba lo dolido que se sentía, o si necesitaba un abrazo o si había tenido un día duro. Me sentía más cercano a él que mis padres, lo agradecí secretamente.

Una adolescencia dura:

Mi hermano y yo nos distanciamos un poco en esta época, se empezaba a notar lo diferentes que éramos. Mientras que mi hermano tenía 22 años y ya había terminado el instituto y trabajaba en la tienda dos calles más abajo vendiendo chucherías y refrigerios, yo tenía 16 y aún estaba en el colegio, amargado, hundido y rechazado. Y sí, era un jodido raro que no hablaba con nadie y que cuando lo hacía se sentía fuera de lugar, arrepentido, distanciado. Deseé tener a Adam cerca para protegerme, los otros chavales solían tirarme los libros, insultarme y dejarme en ridículo sin razón aparente, solo para pasarlo bien. Estaba frustrado, a veces, deprimido.

Adam fingía muy bien, que no le importaba. Pero era el único que veía los moretones debajo de la camiseta cuando me la quitaba para ponerme el pijama. Casi nunca decía nada, pero a veces, le veía mirándome, preocupado. Volvía la vista hacia otro lado y seguía jugando a su videojuego, al fin y al cabo, era lo más importante. Compartíamos habitación y él no tenía planeado irse muy lejos, tampoco conseguir un trabajo mejor remunerado o tratar de ir a la Universidad, a él no le interesaban esas cosas.

Empecé a tocar la guitarra en estos tiempos, tenía los cascos puestos todo el día, no quería oír a nadie o que me oyeran. Tenía mi estilo, escuchaba mi música y ya está, eso era todo en mi vida, aspiraba a ser guitarrista. Adam seguía pareciendo indiferente, pero él fue quién me compró mi primera guitarra. Y él no era el típico chaval previsor que ahorraba por si algo pasaba, solía gastarse todo lo que tenía de una sentada. Y sí, a mis padres les preocupaba constantemente, sobre todo, cuando desaparecía.

Uniones:

Mientras Adam tuvo tantas novias como pudo, yo no estaba interesado y, a decir verdad, sigo sin estarlo. Era algo que siempre fastidió a mi hermano, es más, siempre traía a alguien para mí como si fuesen trozos de carne que pudiésemos repartir. Nuestros padres estaban a punto de divorciarse y todo se empezaba a desmoronar, yo estaba preocupado. Adam lo sabía. A diferencia de en mi etapa adolescente, mi hermano empezó a sentarse a mi lado a hablar, mientras yo ignoraba sus idas y venidas, porque lo que hacía fuera era algo que me hubiera gustado que jamás hubiera hecho o probado. Y sí, tonteaba con drogas si es lo que piensas, específicamente, heroína. Estaba tan enganchado que ni él podía imaginarse que sería su perdición unos años después.

Él se fue de casa, decidió independizarse, me invitaba cuando podía estar para mí. Aunque, estuvimos unos tres o cuatro años que no hablamos para nada en persona pero siempre le podía llamar si tenía un problema, porque acudía de inmediato. Por supuesto, no me contaba sus cosas, sus problemas eran cosa suya, ni siquiera mis padres supieron nada de nada por lo que el pasaba o llegó a pasar en algún momento mientras estuvo fuera, nunca habló de ello, ni siquiera cuando estuvo en el hospital en su lecho de muerte. Lo que sí sé es que cuando estuvo conmigo o incluso hablando por teléfono, jamás quiso mostrarme esa parte adicta, nunca le oí o vi borracho, drogado o fumado si era el caso, me respetaba y yo lo hacía también, siendo una forma de agradecérselo.

Mis padres se separaron, yo me quedé con mi madre. Nunca nos contaron que ocurrió realmente, yo estaba seguro de que no quería saberlo, Adam jamás preguntó. Siempre estuvo para mamá y para mí, a veces, nos traía comida o dinero, porque mamá no pasaba por buenas épocas económicamente hablando desde que papá se fue, Nos tuvimos. A veces, lejos. Otras veces, cerca. Pero de cierta forma, estábamos unidos.

La enfermedad de Adam:

Como dije antes, Adam era adicto. Lo supimos en la oficina del doctor cuando le llevamos de urgencia, dado que, se desmayó justo delante de nosotros mientras caminaba hacia el coche para volverse a casa. La heroína le había producido algunos fallos en sus órganos, no quise saber cuáles, mamá sí fue capaz de escucharlo pero yo desconecté en cuanto dije que a mi hermano no le quedaba mucho tiempo, que se estaba consumiendo.

Mi mente se sumió en agonía y arrepentimiento, de preguntas sin respuesta. Quise pasar más tiempo con él, debí decirle que le quería al menos una vez pero nosotros nunca nos decíamos eso, tuve que imaginarlo, debí haber notado algo diferente, quise haber actuado diferente para que todo volviese a revertirse y el médico no estuviera diciendo lo que fuera que dijo. Recuerdo haber salido a tomar el aire, que mi madre me dijo que Adam estaba en observación y que deberíamos ir a casa a descansar. No fui. Me quedé fuera de la habitación donde lo mantenían vigilado hasta el día siguiente. Era como si me faltase la respiración. Mamá llamó un par de veces pero ni siquiera oí la llamada, estaba consternado.

Lo peor de todo fue verle después del diagnóstico final, en la cama de hospital, en esa habitación que olía a enfermedad, con unas máquinas rodeándole, mientras Adam seguía postrado allí, inconsciente todavía. Esperaba que estuviera descansando. Iban a suministrarle algunos medicamentos para mantenerle hasta que llegase su momento. Cada vez que oía eso, mi mundo empezaba a girar, como una broma de mal gusto, como una engañifa que nadie creería. Tragaba saliva, tratando de no derrumbarme, de no llorar, mucho menos en frente de mamá, tampoco en frente de Adam, se reiría de mí en cuanto abriera los ojos. Eso me hizo sonreír.

Por supuesto, abrió los ojos. Y odió aquello. Quiso moverse, levantarse e irse de allí, desesperado, odiaba los hospitales, pero no podía. No podía ver eso, pero lo vi. Me di cuenta de la forma en la que miraba, esos ojos llenos de decepción mientras se cruzaban con los míos, suplicantes, rezando para mis adentros para que no se fuera a ninguna parte. No tuvimos que decir nada más. Tampoco lo hizo mamá, simplemente, le cuidó. Yo lo hice también. No había necesidad de comentar nada, sobre las drogas, el alcohol o lo que hizo a escondidas, tampoco las cosas que mantenía en secreto, no queríamos saberlo. Estaba bien.

Su muerte:

Supongo que describir la muerte de un ser querido al que has admirado y observado durante toda su vida, no es para nada fácil. Es una mierda. Literal. La agonía es tal que se te olvida ducharte, las tareas de casa, recoger la ropa del suelo, incluso, lavarla. Te vuelves una persona que jamás conociste antes, descubres cosas de ti mismo que ni sabías y sientes cosas que jamás creíste sentir. Por ello, su muerte fue tan importante. Porque sentí que me fui con él.

Mamá pidió a los médicos que le dieran a Adam el alta, estaba incómodo y prefería que falleciera en casa, con nosotros. No le quedaba mucho, quizá un par de días. Los médicos, por supuesto, aceptaron, de hecho, nos ayudaron con todo para mantenerle el mayor tiempo posible entre los vivos. Nuestro antiguo cuarto se convirtió en una pequeña sala de hospital, silenciosa y agónica. No me moví de la silla que estaba justo al lado de su cama, no quería hacerlo. Necesitaba más tiempo. Solo tenía 32 años, no merecía morir.

Despertaba de vez en cuanto, pero apenas decía gran cosa. Le cogía la mano, aunque decía que eso era de maricas, lloré a sus espaldas, grité cuando mamá no escuchaba, le hablé mientras creía que no podía escucharme. Por ello, nuestra última conversación fue tan dolorosa, porque trató aquello como si no fuese algo importante. Sabía que iba a irse, pero no quería hablar de ello, ni darle vueltas, no iba a dejarme, iba a estar conmigo siempre, en mi corazón. Pero, para mí no era suficiente. Supongo que esas son los tópicos más insensatos que nos solemos decir para darnos cierto confort, porque sigo aquí sin mi hermano y el vacío sigue siendo igual de grande o quizá más, ni siquiera he vuelto a reconocerme, tampoco a sonreír.

Estuve allí cuando la máquina que controlaba sus latidos empezó a pitar, mostrando una línea continua, diciéndome que su corazón ya se había parado y que no iba a volver a latir. Mi madre vino tan deprisa como pudo pero él ya no estaba, ni siquiera pudo despedirse. Aquello era injusto, de verdad que deseé haber sido yo quién ocupase su lugar, deseé el no tener que superar su pérdida, el no tener que llorarle, que echarle de menos, que escuchar sus discos favoritos y evitar gritar, el estar frustrado todo el tiempo. Quería evitar el dolor. Quería que cesara.

Un futuro sin Adam:

Por supuesto, no va a ser nada fácil sin él aquí. Pero sigo enviándole mensajes de voz de vez en cuando, sigo escuchando algunos de los que él me enviaba. He recogido todas las cosas de su piso, de hecho, ya ha sido alquilado por una pareja majísima que se instaló, como si los recuerdos de Adam se hubieran evaporado, siendo reemplazado tan fácilmente. Todas sus cosas están en cajas, dentro del armario que compartíamos, en nuestra habitación. Sigo quedándome sentado, mirando su cama, ahora vacía.

Me quedo con mamá en su casa, definitivamente, no podría irme ni aunque quisiera. No es el mejor momento para estar solo, ni ella ni yo. Va a ser duro, a veces, eso es lo único que sé con certeza.