Publicado en Personajes

Aidan: El que mató al Amor

Relato procedente: «Para matar el Amor«. Edad: 36 años.

Ciudad: Texas. Profesión: Investigador Privado.

Descripción física:

Mi cabello es corto por los lados y algo más largo por la parte de delante, de un color castaño con matices rubios. Mis ojos son verdosos, mis labios finos y mi tez un tanto pálida. Soy de complexión delgada y suelo llevar puesta una sudadera de algún tono oscuro, no muy llamativa, vaqueros por lo general y unas converse o vans de un color que combine con la parte de arriba, no suelo complicarme demasiado, creo que visto igual que cuando tenía veinte.

Descripción de la personalidad:

Dicen que soy bastante concienzudo, obstinado quizá, pero persistente. Creo en lo que creo a pies juntillas, aunque nadie más lo haga, voy a por todo. Siempre he sido un tipo bastante serio quizá, no me he ligado mucho emocionalmente, exceptuando a mi ex mujer. No me ha gustado predecir un futuro que aún no ha llegado, ella siempre decía que yo era un cínico, negativo, pero prefiero definirme como alguien realista. Adoro investigar, sacar toda la porquería que pueda encontrar de cualquiera, porque ahí es donde residen las mentiras, la falta de fe, las constantes faltas de respeto a uno mismo. Me dicen mucho que veo a la gente, de una manera que otros no pueden verla, para mí el mundo es transparente ante mis ojos, nunca traslúcido.

Una infancia caótica:

Mis padres se separaron cuando yo tenía siete años. Nadie pensó que el divorcio fuera a afectarme de la forma en que lo hizo, ni mucho menos, yo era un niño normal. Solía salir con mis amigos, participar en las excursiones, hablaba con todo el mundo en el colegio y hasta me gustaba hacer deporte, incluso, mamá no tenía que obligarme a hacer actividades extracurriculares porque me apuntaba yo mismo. Pero algo se rompió en mí cuando papá salió por la puerta con una maleta y no volvió más. No recibí una llamada o un mensaje, mamá dejó de hablar de él. El ambiente en casa se volvió silencioso, tanto que llegaba a doler. Sabía que ella se escondía en el baño para llorar, supuse que le echaba de menos, pero jamás me lo dijo, solía sonreír de esa forma tan dulce en la que lo hacía.

Mamá no podía llegar a todo, ni siquiera podía pagar todas las facturas. La veía siempre estresada, calculando, tratando de esconderlo de mí, cuando yo siempre sabía que algo iba mal, la conocía más que ella misma. No quería molestarla, era un tornado de emociones que ocultaba constantemente, estaba preocupaba, las veinticuatro horas, no dormía bien aunque lo intentaba, nunca lo dijo, pero lo supe. Con el tiempo, ni siquiera yo podía dormir. Pensando en ella, pensando en todo. Nunca se lo dije, lo escondí, quizá era mejor que ella haciéndolo, o puede que yo también fuera un experto en pretender que todo iba bien, pero lo cierto era que empecé a dejar de sentirme motivado en clase, a sacar buenas notas, a atender o a hacer los deberes, a ir a las actividades extracurriculares a las que me había apuntado, dejé de interesarme por los deportes y dejé de hablar con mis compañeros. De un día para otro, simplemente, desaparecí.

Una adolescencia aislada:

Supongo que todos los adolescentes tenemos nuestras cosas en esta etapa. Se suponía que las cosas iban a mejorar, pero no lo hicieron. Tuvimos que mudarnos porque mi madre ya no podía pagar la casa, papá seguía sin dar señales de vida y, al parecer, no le pagaba la pensión, estaba quemada, siempre enfadada e irritable. Me aislaba, constantemente, dejé de interesarme por todo, aunque solo tenía una cosa en mente y era ser detective privado. Estaba obsesionado con ello, siempre me gustó mucho investigar y las películas de crímenes me llevaban a obsesionarme con esto de alguna forma. Me encerraba en mi cuarto y me pasaba horas leyendo, viendo documentales y películas yo solo, interesado en todo lo relacionado. Me apasionaba, pero nunca lo dije en voz alta, tampoco el hecho de que había encontrado mi vocación, mi madre siempre quiso que fuese médico y no quería asustarla o que le diese un infarto.

Al cambiarme de instituto, no veía caras conocidas alrededor. Solía ir solo a todas partes, evadir los comentarios estúpidos y ponerme los cascos con la música a toda leche. Dejé de querer encajar, de ser aceptado, que todo el mundo me viese con buenos ojos y dejara de ser el nuevo. Creo que me acoplé bastante bien a ser uno de los repudiados de clase y quizá del instituto, lo que me salvó fue el no decir nada en absoluto, dejarles hablar, viéndoles morirse de odio por dentro al ver que no reaccionaba a sus tonterías. En esta época, quizá al final, es cuando conocí a Abbey.

Abbey, un primer amor profundo:

¿Sabes este amor adolescente y estúpido que te lleva a hacer un montón de tonterías? Así empezamos. Imagínate a una preciosa joven, con un cabello dorado casi anaranjado, unas mejillas coloradas, unos ojos grises intensos y penetrantes y un cuerpo esbelto, con unas curvas que irradiaban perfección. Aunque, si os soy sincero, lo que más me enamoró de ella, fue su sonrisa. Estábamos en último curso y se sentó en la mesa de al lado, pegada a la ventana, Abbey fue la razón por la que la gente dejó de llamarme «el nuevo» para llamárselo a ella. Se me cortaba la respiración cada vez que la veía, desde el primer día que empezamos a hablar, tenía algo especial que no se despegaba de debajo de mi piel, algo que me atraía tanto que sabía que no me dejaría escapar por mucho que lo intentara.

Empezamos a salir justo ese mismo verano, seguimos en el Bachillerato hasta la Universidad y continuamos juntos incluso cuando empezamos cada uno nuestras carreras profesionales. Mi madre nos ayudó a establecernos, ella sabía que algún día yo iba a salir de casa e iba a querer vivir con ella, Abbey prácticamente, era de la familia, mi madre la quería como a una hija. Nos casamos y estábamos planteándonos tener un renacuajo. Durante ese tiempo, me sentía diferente, distante, enfadado, frustrado con la vida, con mi padre, con el mundo. Quizá siempre lo había llevado bien, pero ese fue el momento de explotar, y un error llevó al otro. Una noche, terminé tan borracho, que me acosté con la chica que me servía el café por las mañanas en la cafetería de al lado de mi oficina. No tengo ni idea de por qué lo hice, ni de qué cable se me debió cruzar para hacerle eso a Abbey.

Así como soy yo, no pude retenerlo dentro del pecho, tuve que contárselo con la disculpa consiguiente, me empezaba a reconcomer por dentro. Pero creía, de alguna manera, que Abbey y yo podríamos superarlo, éramos nosotros dos contra el mundo, ¿qué era lo que no podríamos hacer juntos? Habíamos jurado en los votos estar para lo bueno y para lo malo y eso era algo muy malo que debíamos resolver, comentar, perdonar. Abbey no lo hizo. Lo intentó, pero no pudo hacerlo. Empezó a mirarme de otra forma, no quería que la tocase, se distanciaba de mí, me rehuía, evadía hablar de ello, actuaba como si no hubiese pasado en la superficie pero había un mundo ocurriendo en el fondo del que yo, por supuesto, no sabía nada.

Al cabo de un par de meses, se fue de casa y dejó los papeles del divorcio encima de la mesa del comedor para que los firmara. Me rompió todos los esquemas. Pensé que podríamos superarlo y que el amor lo podría todo. Pero ya hacía tiempo que nos había abandonado, de una forma descarada y egoísta. Me pudo el odio, la ira, la frustración hacia lo que creía era un ente cósmico al que quería destruir, vengarme, dejarlo al descubierto para que todo el mundo pudiese ver la farsa que era, para que todo el mundo dejara de creer en ello, para que yo dejara de tener fe en algo inexistente, en algo que podía no ser de este mundo.

Encontrando el Amor:

Puede sonar romántico, pero no lo fue. Esto no significa que me fui a buscar el amor a cualquier otro sitio lejos de Abbey sino que fui a buscar a ese endemoniado ente cósmico que había mandado al cuerno nuestro relación. Estaba ciego de dolor, de desesperanza, estaba encadenándome a un acto desesperado de terminar con lo que creía era la mayor mentira jamás contada, un complot lleno de basura barata que nos habían contado en la televisión, nuestros padres y gente cercana, con esa frase estúpida de «el amor nunca se acaba si dos personas se quieren de verdad». Estaba roto por dentro, para mí eso era palabrería.

Siendo detective privado, he tenido acceso a muchos archivos confidenciales. Me tiré años estudiando, yendo tras una mujer que no parecía del todo el Amor pero se comportaba como tal. Conseguí encontrar las zonas donde más enamoramientos hubo y donde más corazones rotos dejó atrás hasta dar con ella, hasta dar con el ser al que más odiaba del mundo. Cargué el arma y me la llevé conmigo, determinante a hacer lo que debía, por mí, por Abbey, por toda aquella gente que creía inocentemente que existía tal cosa. La seguí por una calle concurrida, su cabello pelirrojo ondeaba al viento, su precioso vestido blanco pegado al cuerpo, andando con absoluta felicidad. Entró en un edificio, la seguí hasta su puerta. Resulta que me dejó entrar, sin ni siquiera pedirlo, como si me estuviera esperando, aunque eso nunca me lo dijo.

Sentí que el pecho me palpitaba muy rápido, que la rabia me iba consumiendo al tenerla delante y ver cómo se eximia de toda culpa y responsabilidad al dejarnos a Abbey y a mí desprovistos de lo que sentíamos, abandonados por ella, dejados a nuestra suerte que, a decir verdad, no era ninguna. Me harté de escucharla. Su voz resonaba en mis oídos como las uñas rasgando una pizarra, era ensordecedor, molesto, inquietante. Dos balas penetraron en su frente y su pecho, algo que, finalmente, me trajo una sensación de paz absoluta. Por fin, el Amor había dejado de existir, para mí y para todos aquellos que habían sufrido a su costa.

Un futuro de recuperación:

Sé que Abbey nunca me perdonará y yo no quiero volver a estar con nadie más, no quiero volver a sentirme así, dolido, desesperado, frustrado, roto… es una sensación horrible. Ella ha recuperado su vida con otra persona, no puedo hacer nada, supongo que es feliz así, supongo que no me merezco ni que me dirija la palabra, lo que hice no tiene nombre. Creo que empezaré a recuperar el tiempo perdido con mi negocio, investigando, cazando a tipos malos con una preciosa cámara sujeta con ambas manos, trataré de volver a ser yo mismo.

Esto no significa que no vaya a echarla de menos o que, simplemente, vaya a hacer borrón y cuenta nueva, porque no, eso no es posible. Lo que está roto, ya no se puede arreglar. Se queda así, lleno de cicatrices, molesto, desesperanzado, alejado de todo lo que lleve el nombre de relación. Quizá soy un tanto negativo o sueno así pero, no vale la pena invertir tiempo en algo que puede que no vaya a durar, sería como regar una planta que ya está muerta.

Quizá nunca olvide lo que sentí por ella, las risas, las bromas, las películas que vimos juntos, las noches en las que nos pasábamos hablando todo el tiempo cerca de la orilla del mar, las tardes de domingo acostados en la cama contándonos qué tal nos había ido la semana, cuando veía su sonrisa al traerle el desayuno por la mañana… Nada de eso se borra, se queda grabado. Te marca para siempre, te deja atorado, incapaz de volver a vivirlo, te paraliza hasta que te deja sin respiración. Al menos, si me recupero de esto, podré tener una relación infinita conmigo mismo, sin limitaciones, discusiones absurdas o condiciones que nadie va a cumplir, al menos, conmigo sé que estoy y siempre estaré a salvo.


Publicado en Personajes

Luke: Devorado por Zombis

Relato procedente: «Carne Muerta«. Edad: 18 años.

Ciudad: Filadelfia. Estado: Zombi.

Descripción física:

Mi cabello negro, un tanto largo siempre permanecía enmarañado, la mayoría de veces sucio, grasoso debido a la falta de higiene y a la escasa cantidad de productos que en esos momentos podíamos encontrar relativos al cuidado del cabello. Mis ojos eran de un color miel claro, cambiante a más oscuro cuando no les daba la luz. Mis labios finos siempre se mantenían temblorosos, mi piel fina un poco agrietada debido al frío, y mi tez pálida, la cual, manifestaba la falta de luz que la mayoría de veces sufría. De complexión delgada, aunque demasiado delgado sería la descripción correcta, solía tener provisiones, pero no comía lo suficiente para engordar, aunque así fuera, me pasaba el día corriendo de un lado a otro, así que, seguramente quemaría toda la grasa disponible en un santiamén. Vestía con cualquier cosa que encontrara, normalmente, la ropa me venía algo grande, se mantenía sucia y la tomaba prestaba de cualquier casa abandonada que encontraba, tenía que aceptar cualquier cosa, no habían opciones para elegir, malos tiempos.

Descripción de la personalidad:

Quizá ha cambiado mucho desde que era un niño inocente e indefenso. Me volví combativo, defensivo, huidizo, pero también solía enfrentarme a lo que fuese y hacía falta, sabía protegerme a mí mismo sin dificultad y se me daba bien encontrar buenos escondites, lugares donde podrían haber suministros de todo tipo y era capaz de mantenerme vivo durante largos periodos de tiempo sin salir del escondite elegido, ni siquiera me encontraban otros humanos. Podría decir mil cosas que me gustaba hacer años atrás, pero mis gustos cambiaron radicalmente después de formar parte de hordas zombis que arrasaron ciudades enteras. Definitivamente, una de las cosas que agradecía era estar vivo, al menos, lo mejor nutrido que podía, tener un techo donde dormir y esconderme, poder moverme de ubicación sin ser visto y evitar el contacto con cualquier ser humano o muerto que apareciese. Podría decirse que estas cosas eran las básicas que me gustaba tener, que quería mantener cada día, eran mis rutinas para permanecer vivo.

Una infancia inocente y llevadera:

Aún recordaba a mis padres, aunque no de una forma muy vívida o quizá de la forma en la que a ellos les habría gustado. Tenía fugaces recuerdos donde les veía leyéndome un libro junto a mí en la cama, cantándome una nana cuando era una bolita insignificante para que me durmiera, cuando me obsesionaba con que había un monstruo en el armario que me quería comer vivo y ellos trataban de calmarme para que no muriera de terror, cuando veíamos películas de dibujos juntos en el sofá con boles de palomitas interminables, mamá llevándome al colegio y dándome un beso en la frente. Pequeños flashes que, a veces, dejaban de tener importancia pero otras veces, lo eran todo para sobrevivir.

Fui el único hijo que tuvieron. Tuve todos los juguetes que quise, era obediente y desinteresado, inocente y un poco bobo, me molestaban en el colegio pero a mí no me importaba, estaba demasiado ocupado dentro de mi cabeza como para tener el suficiente tiempo para prestarles atención. Siempre hacía los deberes, aunque no me apeteciera, porque sabía que si los hacía papá me daría una chocolatina cuando mamá no mirara. Mis padres se ocupaban de que comiera sano, tanto que ni siquiera me daban nada dulce o que resultase dañino para mi cuerpo, les encantaba comprar todo lo ecológico que pudieran comprar. No éramos una familia rica, sino una familia que podía pagar todos sus gastos pero no permitirse tener otro hijo, si lo hubieran tenido, se habrían arruinado, al menos, eso decía papá cada vez que contaban los gastos a final de mes.

Lo que sé es que, cada vez que he viajado en el tiempo, me he visto a mí mismo como un niño feliz.

Una adolescencia truncada:

La infección empezó a extenderse cuando yo tenía más o menos trece años, por lo que recuerdo. No lo hacía de una forma rápida e increíblemente letal, sino que, empezaron a mostrar algunos casos en televisión de vez en cuando, pero no parecía nada serio, de hecho, mis padres seguían yendo al trabajo sin problemas y yo seguía yendo al colegio. No fue hasta que tuve los catorce que todo se fue volviendo más serio. Casi todos los países estaban alarmados, la infección se había extendido drásticamente, ya no eran unos casos aquí y allá, sino que, realmente estaba convirtiéndose en una pesadilla, mi adolescencia auguraba ser una pesadilla. Y lo fue, sin duda.

Tiendas cerradas, coches destrozados, supermercados cerrados, gente gritando fuera, otros llamando a la puerta para pedir ayuda, gruñidos, constantes gruñidos. Al principio, no salíamos de casa, pero empezamos a necesitar comida y artículos básicos de higiene personal, papá sabía dónde encontrarlos, así que, salió. Nunca volvió. Al menos, no de la forma que mamá y yo le recordamos. Se había convertido en uno de esos seres infectados, con la cara desfigurada y los intestinos colgando por el suelo, las manos sobre una de las ventanas de nuestra casa, gruñendo debido al hambre que estaba experimentando. No podía creer lo que estaba pasando, aquello debía ser un sueño, recuerdo haber pensado. Pero era una realidad muy difícil de tragar.

Mamá y yo salimos de casa por el garaje, sigilosos, cogidos de la mano. No podíamos quedarnos mucho más tiempo, no había nada que comer, y estábamos hambrientos. Fue entonces cuando perdí a mi otro pariente, murió justo delante de mí, vi cómo la desgarraban viva, cómo se la comían, cómo se relamían sus quebrados labios mientras lo único que podía oír eran sus gritos. Se puso en medio para que yo pudiera huir, y así lo hice, sin mirar atrás, como un cobarde. Estuve solo durante cuatro años, sin mantener contacto, huyendo, lo más lejos posible de casa y siempre viajaba andando, sin compartir vehículos o suministros, me convertí en alguien totalmente diferente de quién era o de quién pude haber sido.

Una lucha por la supervivencia:

Cumplí los quince una noche, debajo de un árbol tratando de calentarme en una hoguera, helaba. Sabía que nada iba a ser igual y que debía sobrevivir como pudiera, por mi familia, por mí. Era de pequeña estatura, de complexión delgada, eso me ayudaba en gran medida porque no era alguien fácil de ver, era un don nadie, justo como había ocurrido en el colegio, pero esta vez, podía utilizarlo en mi beneficio. Y tanto que lo hice, durante tres años más. Aprendiendo a cómo entrar sigilosamente en casas abandonadas, me enseñé a disparar aunque no me gustaban las armas, sabía muy bien dónde robarlas sin que nadie se diese cuenta, supe cómo apropiarme de munición que nadie imaginaría, supe dónde esconderme cuando grupos de humanos se juntaban para viajar de ciudad en ciudad, vueltos unos contra otros para controlar lo que estaba sucediendo. Algo que había dejado de creer hacía mucho tiempo, ya no era un niño con esperanzas y sueños, era un adulto despojado de cualquier posible futuro, a la espera de la muerte en cualquier esquina.

Los zombis estaban por todas partes, pero sabía cómo evadirlos, cómo huir de ellos, era rápido, tanto como podía serlo. Cada vez habían más y estaban hambrientos, yo también lo estaba. Nunca había besado a una chica pero se suponía que debía saber sobre supervivencia para evitar ser mordido por aquellas bestias feas e inmundas para no morir y convertirme en una de ellas, las odiaba y odiaría serlo, aunque dudaba que esas cosas tuvieran un mínimo de sentimiento o sentido común. Olvidé mi dieciséis cumpleaños porque estaba demasiado ocupado escapando de hordas de zombis al alba, tratando de encontrar una salida por la que pudiera perderles de vista. Lo hice. Pero no hubo pastel de celebración, al fin y al cabo, aunque tampoco me importó, no estaba de humor.

Mis diecisiete fueron cuanto más interesantes, los pasé en un búnker alejado de todo posible contacto durante un largo año. Me mantuve allí gracias a suministros que el antiguo poseedor del lugar tenía para sobrevivir de la misma forma que lo estaba haciendo yo. Al principio fue la hostia, de hecho, pensé que había encontrado mi lugar, el lugar perfecto donde nada ni nadie podría entrar o salir de allí, me protegería de los zombis para siempre y no debía preocuparme más por mi supervivencia. Pero empecé a experimentar claustrofobia, fue una temporada horrible, tenía ataques de pánico y de ansiedad repetitivos, mareos y calores durante horas, me di cuenta que si salía fuera a tomar un poco el aire se me pasaba. Así que, mi último auto diagnóstico fue claustrofobia. Y esto unido al trauma de la muerte de mis padres… solo quería matarme si seguía encerrado allí, así que, a mis dieciocho decidí salir, enfrentarme al mundo de nuevo. ¿El problema? Que estaba un poco oxidado.

Carne muerta:

Sí, ese fue el día que morí. Ese fue el día en el que sentí cómo mi piel se desgarraba, primero en un brazo, luego en el otro, y más tarde, por todo el cuerpo. No fue rápido, no fue indoloro, solo pude oírme gritar como un poseso. Había estado huyendo de una horda de unos doce zombis durante lo que se podría decir un par de horas, tenía flato, estaba cansado, estaba oscuro y necesitaba una ducha urgente, a parte de echar los restos de mi última comida, mis entrañas rugían. Solo quería encontrar una salida, estaba impaciente. Tanto que me metí por un sitio donde no había ninguna, solo una reja medianamente alta por donde me costaría mucho pasar, donde tampoco podía pasar por en medio porque no me daría tiempo a rajarla para cruzar y, mucho menos, pararme a pensar porque estaban a punto de cogerme.

Lo primero que se me pasó por la cabeza fue abrir la puerta que tenía a mi derecha, parecía llevar al interior de la fábrica. Lo que peor llevaba era la incertidumbre de si estaría abierta y la vacía respuesta a la pregunta de si estaba cerrada qué diablos iba a hacer. Obviamente, lo intenté, me arriesgué, como otras mil veces que salió bien y me salvé el culo. Pero no esta vez. Esta vez, la puerta estaba atrancada y los zombis estaban a pocos metros de mí, acercándose a toda velocidad, sin descanso, oliendo la sangre que era bombeada a través de mi cuerpo. Pensé en sacar la pistola pero a tan corta distancia no acertaría, tampoco debía utilizar la navaja, lo único que se me ocurrió fue sacar el machete. Algo hice, algo de daño les hice que muchos cayeron, otros se apartaron, pero hubo uno que me mordió en el brazo derecho, con fuerza, con esos feos y sucios dientes, lo sentí tan profundo que no pude ni gritar, era como si la voz no quisiera salir de mi boca.

Obligado a caer, caí de bruces al suelo. Solo pude oír mis gritos, nada más. Sabía que gruñían pero no me importó. Sabía que se alimentaban de mí, pero no me importó. Sabía en qué iba a convertirme y no me gustó nada, odié la simple idea, pero no tenía otra opción, ni siquiera podía volarme los sesos, no llegaba a coger el arma. Mis ojos se cerraron y todo se volvió negro. No pude oír nada. Pero olí sangre. Un gruñido salió de entre mis labios y me levanté de un salto. Caminé con ansia, hasta encontrar a mi presa, esa a la que le arranqué el cuello de un mordisco y bebí de ella como si fuera un vampiro sediento de sangre. Empecé a devorarla, mientras muchos otros se acercaban y hacían lo mismo, disfrutando del banquete que se había postrado ante nosotros, sus gritos no importaron, sus ojos cerrándose no eran más que sueños olvidados y el futuro solo tenía que ver con una constante hambre atroz.

Un futuro durmiente:

Solo tengo hambre. Y seguiré teniendo hambre. Solo quiero comer. Dejándome atrás. Sin pensamientos, sin sentimientos ni preocupaciones. La primera vez que no siento miedo, que no tengo expectativas, que tengo un solo instinto. Me guío por el olfato, siento las vibraciones, pero no veo nítidamente. Me muevo con ansia cuando el olor de la sangre me abruma, y camino despacio cuando deambulo sin rumbo alguno. No hay sentido de existencia, tampoco nada de lo que escapar, una calma mental me embriaga, sin palabras, solo gruñidos, como si mi cerebro se hubiese apagado totalmente. Sin recuerdos. Sin una vida que espere.


Publicado en Personajes

Scarlett: No Elegida

Relato procedente: «Neblina«, Edad: 34 años.

Ciudad: Milwaukee. Profesión: Florista.

Descripción física:

Mi cabello rubio claro, es largo hasta media espalda, normalmente suelto, otras veces, enganchado con un moño en la parte de arriba. Mis ojos son verdes, mis labios finos y diminutas pecas se posan sobre mi rostro, delicadas. Mi piel es bastante pálida, pero suave y bien cuidada. Siempre he sido bastante esbelta, y me he vestido cómoda, con unos vaqueros, unas converse, y cualquier camiseta que encontrara en el armario. En invierno suelo utilizar gabardinas, en primavera, camisetas de leñador que combinen un poco con las de manga corta que llevo debajo. Nunca he querido ir a la moda, he tratado de ir cómoda con lo puesto.

Descripción de la personalidad:

Siempre he sido alguien muy extrovertida, pero con demasiadas cosas en la cabeza. Muy activa, risueña y con muchos sueños por cumplir, quizá demasiados. No suelo quejarme, me encanta perderme en una interesante novela o en una película que me transmita algo más que violencia o terror. He sido bastante sociable, ambiciosa, educada y sabiendo en cada momento dónde pongo los pies. No comparto demasiado sobre mi vida, pero me gusta mostrarme real y fiel a lo que creo, no me ha importado nunca lo que pensaran de mí, quién no me acepta es porque no tiene que estar cerca o a mi lado.

Una infancia atractiva:

Cuando era pequeña, siempre fui bastante risueña, con ganas de jugar, ir a todos los cumpleaños de mis compañeros de clase e invitarles al mío, correr, jugar al pilla-pilla, y pasarnos la noche viendo películas de miedo con enormes bowls de palomitas. Mi alto sentido de la empatía y don de gentes, me permitían desarrollarme muy bien socialmente, y no necesitaba mucho para estar contenta, era muy positiva, sacaba buenas notas y cualquier otro niño quería formar parte de mi grupo de amigos, era genial. Siempre estaba rodeada de gente optimista, era un imán para este tipo de personas.

Mis padres siempre fueron el típico matrimonio unido que sacaban las cosas adelante por muy mal que fuesen, no me hacían partícipe de ninguno de los problemas pero sabía que andaban con algo cuando estaban en silencio o se reunían en la sala de estar con papeles encima de la mesa. Después de tanto tiempo juntos, supongo que era normal que tuviesen sus diferencias en cierto momento, pero jamás les vi enfadados o con dudas de si seguir juntos o separarse. Conmigo siempre fueron agradables y las demás familias con las que ellos se relacionaban, nos consideraban una familia unida. Creo que, en general, tuve una infancia bastante atractiva a ojos ajenos, no todos los niños tienen tanta suerte, no todos tuvieron lo que yo tuve.

Una infancia sin accidentes:

Y sí, digo sin accidentes por lo que se suele decir de los adolescentes, que sus hormonas están descontroladas. Podría decir un montón de cosas que ocurrieron a espaldas de mis padres, de hecho, ni siquiera ahora lo saben, pero dejarían de ser secretos, a decir verdad, me lo pasé bien, fui feliz por un tiempo. Y conocí a Darvel. Quizá no esperabais que lo hubiera conocido tan temprano pero sí, así fue. Era un chico diferente, problemático, introvertido, con muchos problemas en casa. Empezamos a ir a algunas clases juntos, yo solo trataba de ayudarle, de hacerle sonreír. Lo conseguí más de una vez, he de decir que no fue nada fácil. Diría que fui realmente insistente con que viniese a mi casa a ver una película, así fue cómo empezó todo, dijo que sí con tal de evadirse.

A pesar de que éramos muy diferentes, nos complementábamos bien. Nos gustaba estar juntos, nos gustaba hablar y por qué no decir que fuimos amigos. Al menos, el tiempo que estuvo por allí, porque se fue unos meses después. Sus padres se movían mucho. Nunca tenía un lugar al que llamar hogar. Supuse que me llamaría alguna vez, pero simplemente, desapareció. No supe de él hasta unos diez años después, cuando apareció de la nada en la ciudad y nos encontramos por casualidad.

Darvel y su trabajo:

Supe que volvió a Milwaukee para quedarse. Nos encontramos en una cafetería, en la cola para pedir café. Su cara me sonaba muchísimo pero no le ubicaba, él trataba de no mantener su mirada en mí, quería evitarme. Hasta que conseguí saber quién era y le saludé. No quiso quedarse demasiado, pero conseguí convencerle y nos quedamos en la cafetería a tomar café. Como siempre, yo tan optimista y amistosa, y él tan depresivo y evitativo. No sé por qué pensé que haríamos buena pareja. Siempre le había considerado un chico herido, alguien que podría cambiar su vida si quisiera, que podría ser quién quisiera si se esforzaba, si tenía las compañías adecuadas. Pero Darvel siempre se resistía, una vez tras otra, no es fácil superar los traumas, mucho menos aquello que llevas arraigado por tantos años.

Supe de su trabajo, unos cuatro años después de empezar a vivir juntos porque sí, estaba enamorada de él, un tipo de lo más raro, con sus altibajos, cambios de humor, y un temperamento del demonio pero que solo quería enmendar muchas de las cosas que había hecho. A mí me mostraba otra parte, más tierna y cariñosa, más atenta y apreciativa, más cercana y cálida, nunca veía esa parte tan horrible que decía que quería esconder tan desesperadamente, siempre tuvo miedo de perderme, tal como decía a menudo por el concepto tan erróneo que tenía de sí mismo. Era un asesino a sueldo. Sí, como has leído. Mataba por dinero. No era particularmente un trabajo honrado, mucho menos, digno y mucho menos, invitaba a hablar de ello con otras personas, se volvía secretivo y reservado, evitaba cualquier conversación que tuviera que ver con ello o con el cambio en su estilo de vida, se sentía amenazado la mayor parte del tiempo, de hecho, tampoco le gustaba hablar de su familia.

¿Y cómo podía aceptar yo ser la pareja de alguien que mataba gente? Nunca fue por el dinero, ganaba mucho. Nunca fue por lo poderosa que una persona así podía ser, por sus habilidades, por su sentido de la supervivencia o por la atracción al peligro que emanaba de él. Siempre fue por su corazón, por lo que me mostraba cuando estaba conmigo, lo cual, creí que era suficiente para alejarle de esa vida. Lo hizo. Y me sentí orgullosa. No fue porque yo quise, sino porque él lo quiso, así de un día para otro, lo decidió y cortó lazos con todos sus contactos, tiró todos los teléfonos donde pudieran localizarle a la basura y empezó a vivir una vida normal, de hecho, empezó a trabajar de mecánico cerca de casa, mientras yo seguía en la tienda de flores que había al final de nuestra calle. Podría decir que llegamos a ser felices, al menos, por un tiempo.

El gran cambio:

Darvel seguía teniendo sus momentos. Se quedaba noches despierto, pero nunca decía qué se le cruzaba por la mente, pensaba por sí mismo, como un solo individuo, cuando estaba claro que éramos dos. Llegamos a estar muy unidos, pero siempre le notaba a millas de distancia, como si no se dejase tocar el corazón, como si sus pensamientos solo deberían pertenecerle a él, igual que todo aquello que pesaba sobre sus hombros y que yo sabía que le desgarraba por dentro. Tanta gente a la que había matado, no debería ser una carga muy ligera y agradable de llevar consigo a donde fuese. Darvel me dijo una vez que ser asesino profesional era lo único que le mantenía concentrado, que era un trabajo que lo identificaba, en el que se sentía cómodo y a salvo, era lo que sabía hacer mejor, lo que le conectaba consigo mismo. Pude ver en sus ojos lo mucho que lo anhelaba, aunque ni siquiera yo pudiera explicarlo. ¿Cómo una persona podría echar de menos matar a otras personas? Lo cierto es que nunca fue por el dinero, el renombre que fue creándose durante años y que fuera mejor que su padre en ello, sino la conexión que tenía consigo mismo al apretar el gatillo, el único momento en el que se sentía en control de su propia vida.

Empezó a evadirse cada vez más, en vez de quedarse despierto por las noches viendo la tele, salía a un bar que había en la calle paralela a nuestra casa, bebía hasta estar totalmente ido, a veces, le encontraba acostado en un banco, como si fuera un sintecho. No podía entenderlo. Me pregunté constantemente si no era feliz conmigo, si compartir lo que teníamos estaba siendo tan difícil para él como para alejarse de mí tanto y sin sentirse mal por ello. Lo cierto era que sí se sentía mal por ello, de hecho, se sentía mal por todo. No se explicaba cómo podía ser que yo le amase tanto, como podía ser que quisiera seguir viviendo con semejante desastre emocional, cómo podía ser que yo siguiera eligiendo salvarle de cada crisis existencial que tenía o que le llevara a casa tras verle tirado en cualquier banco. Lo hacía desde mi más profundo amor y cariño, pero él creía no merecerlo.

Nunca hablamos de tener hijos o casarnos, íbamos a paso de hormiga. Supongo que, en cierto modo, se asustó. Esa no era su vida, no estaba acostumbrado a nada de eso, ni a que le quisieran, estaba acostumbrado a sobrevivir a las adversidades, a terminar el trabajo encomendado, a mantener sus armas limpias y preparadas para hacer el disparo perfecto, para acabar con la vida que el jefe de esa semana le había enviado a hacer, fuese buena o mala persona. La vida normal para él era compleja, su vida como asesino, era sencilla. Le pagaban por un trabajo bien hecho, empezaba otro y le pagaban por él también. No había demasiada interacción. Vivía entre las sombras, de motel en motel, pagaba en metálico y no se dejaba ver, era perfecto, sin responsabilidades ni ataduras, no debía preocuparse de nadie. Llegué a pensar que era una carga para él, en cuanto salió por la puerta una noche sin decir palabra y no volví a verle.

La neblina:

El anonimato era crucial para vivir una vida como asesino profesional y mucho más si formabas parte de una especie de gremio del que yo por supuesto no había oído hablar o había tenido el gusto de conocer. Fue una intuición. Así que, sí. También pensé que ese momento llegaría. Si un asesino intima con alguien, ese alguien debe ser eliminado tiempo después. Darvel había estado incumpliendo una regla tan solo con imaginarlo. Fue aceptado de nuevo, volvió con los mismos contactos que al principio, no perdió nada, su renombre se mantenía intacto, de hecho, sus compañeros de trabajo le querían de vuelta desesperadamente, nadie daba en el blanco tan bien como Darvel y yo era tan solo una florista que se había metido en medio. Había que arreglarlo.

Esperé en casa. En nuestra casa. Las luces estaban apagadas, podíamos vernos a través de la luz que entraba por la ventana. Su cara no expresaba lo mismo que su cuerpo, seguridad y confianza, más bien mostraba remordimiento y un deseo enorme de no hacer aquello que había venido a hacer, la cuestión era que yo estaba preparada. Yo le quería como le había querido siempre, desde el primer día. Ese bypass no cambiaba nada. Lo cual, para él lo hizo más difícil. Confesó que quiso hacerlo él mismo, para no tener que ver mi cuerpo echo trizas por cualquiera de los animales que trabajaban con él. Al fin y al cabo, un detalle digno de apreciar después de cuatro años de relación, y al habernos conocido a tan temprana edad.

Apretó el gatillo. Por supuesto que lo hizo, no esperaba menos. Tuvo que elegir entre una herencia que duraría de por vida con los asesinos o una relación envuelta en la completa normalidad que le haría sentir un idiota que no sabía dónde poner el pie para no resbalarse. La normalidad no era algo que le atrajera o le hiciera sentir cómodo, su vida como asesino era lo que le hacía ser quién era. La elección era sencilla. No había nada que pensar, ya estaba dado por sentado.

Un futuro después de la tormenta:

La neblina se disipa y ya no hay más tormentas que presenciar, solo el silencio y la paz. Al fin y al cabo, tuve una buena vida, fui feliz. Me he ido más temprano de lo que esperaba, pero no somos nosotros quiénes elegimos, sino las circunstancias que nos llevan a ese mismo lugar. Solo sé que le amé con toda mi alma, que no había otra persona a la que hubiera podido querer más, de hecho, esperaba que hiciera lo que hizo y, en cierto modo, estoy feliz de que haya elegido lo que ha necesitado elegir, algo en lo que ha estado trabajando tanto tiempo y se ha arraigado tanto en él, ahora puede ser quién realmente es, sin máscaras, sin vidas de mentira.

¿Me quiso? Por supuesto, no lo he dudado ni por un momento. ¿Hubiéramos pasado el resto de nuestras vidas juntos? Podría ser. No me arrepiento de haberle conocido. Quizá me hubiese salvado si Darvel jamás hubiera vuelto a mi vida, quizá aún seguiría llevando mi negocio y llegando a casa temprano para cenar, por supuesto que sí, pero eso no cambia el hecho de que esos cuatro años existieron y no los hubiera cambiado por nada. Ni hoy, ni nunca. Quizá soy una estúpida, pero una estúpida que siempre ha sabido dónde ponía los pies.


Publicado en Personajes

Noah: Perdiendo a un Hermano

Relato procedente: «DeterioradoEdad: 26 años.

Ciudad: Austin. Profesión: Guitarrista.

Descripción física:

Mi cabello es negro y corto, mis ojos son grises, tengo una tez pálida y soy bastante delgado, pero de complexión fuerte. Mis labios son finos. Suelo vestir con camisetas de leñador, las tengo de tantos colores que a veces olvido las que tengo, otras veces, suelo llevar alguna que otra sudadera cuando tengo más frío. Me gustan los pantalones vaqueros sobre todo, para mí son más cómodos que los de vestir, normalmente, rotos en la zona de la rodilla o la pantorrilla, les da un estilo más rockero porque también lo soy, Suelo llevar zapato cómodo, unos botines o unas converse, a veces, unas vans, pero de normal, lo primero.

Descripción de la personalidad:

Siempre he sido bastante serio y callado, puede que imponga un poco a primera vista. Me gusta aislarme, ponerme los cascos y dejar que el mundo deje de girar por un momento. He sido una persona bastante tranquila, me agrada el silencio, aunque no me incomoda estar con gente, lo que sí hago es ocuparme de mis asuntos sin compartirlos. No soy una persona muy confiada o que crea en los finales felices, creo que nunca lo he sido pero sí creo que los sueños pueden hacerse realidad.

Una infancia con compañía:

Fui el segundo hijo que mis padres trajeron al mundo, mi hermano Adam y yo nos llevábamos seis años de diferencia, podría decir que siempre estuve acompañado. Mis padres solían tener sus altibajos, discutían, a veces, demasiado y mi hermano solía llevarme al jardín para jugar a la pelota y distraerme o llevarme al parque para que dejara de quejarme de lo poco que hacíamos para divertirnos.

Adam siempre fue ese hermano al que admiras tanto que explotarías, quería ser como él. Quería su corte de pelo, negro como el mío y corto, quería sus ojos grisáceos con tonos azulados, quería su complexión, su ropa, su forma de caminar, incluso, quería ser igual de decidido con todo. Muchos dicen que el hermano rebelde suele ser el pequeño, esta vez, fue al contrario, Adam era el hermano rebelde, no se callaba, decía siempre lo que pensaba, sus explosiones de ira a veces preocupaban a mamá, o cuando se quedaba en su cuarto en silencio, algo que a papá le sacaba de quicio. Creo que siempre se preocupaban, porque no hablaba, no era capaz de sentarse con ellos y mantener una conversación, solía dejarlo todo e irse sin mediar palabra. No creía que fuera importante.

Adam siempre fue difícil, aunque conmigo se ablandaba un poco. Me miraba fijamente y me confesaba lo dolido que se sentía, o si necesitaba un abrazo o si había tenido un día duro. Me sentía más cercano a él que mis padres, lo agradecí secretamente.

Una adolescencia dura:

Mi hermano y yo nos distanciamos un poco en esta época, se empezaba a notar lo diferentes que éramos. Mientras que mi hermano tenía 22 años y ya había terminado el instituto y trabajaba en la tienda dos calles más abajo vendiendo chucherías y refrigerios, yo tenía 16 y aún estaba en el colegio, amargado, hundido y rechazado. Y sí, era un jodido raro que no hablaba con nadie y que cuando lo hacía se sentía fuera de lugar, arrepentido, distanciado. Deseé tener a Adam cerca para protegerme, los otros chavales solían tirarme los libros, insultarme y dejarme en ridículo sin razón aparente, solo para pasarlo bien. Estaba frustrado, a veces, deprimido.

Adam fingía muy bien, que no le importaba. Pero era el único que veía los moretones debajo de la camiseta cuando me la quitaba para ponerme el pijama. Casi nunca decía nada, pero a veces, le veía mirándome, preocupado. Volvía la vista hacia otro lado y seguía jugando a su videojuego, al fin y al cabo, era lo más importante. Compartíamos habitación y él no tenía planeado irse muy lejos, tampoco conseguir un trabajo mejor remunerado o tratar de ir a la Universidad, a él no le interesaban esas cosas.

Empecé a tocar la guitarra en estos tiempos, tenía los cascos puestos todo el día, no quería oír a nadie o que me oyeran. Tenía mi estilo, escuchaba mi música y ya está, eso era todo en mi vida, aspiraba a ser guitarrista. Adam seguía pareciendo indiferente, pero él fue quién me compró mi primera guitarra. Y él no era el típico chaval previsor que ahorraba por si algo pasaba, solía gastarse todo lo que tenía de una sentada. Y sí, a mis padres les preocupaba constantemente, sobre todo, cuando desaparecía.

Uniones:

Mientras Adam tuvo tantas novias como pudo, yo no estaba interesado y, a decir verdad, sigo sin estarlo. Era algo que siempre fastidió a mi hermano, es más, siempre traía a alguien para mí como si fuesen trozos de carne que pudiésemos repartir. Nuestros padres estaban a punto de divorciarse y todo se empezaba a desmoronar, yo estaba preocupado. Adam lo sabía. A diferencia de en mi etapa adolescente, mi hermano empezó a sentarse a mi lado a hablar, mientras yo ignoraba sus idas y venidas, porque lo que hacía fuera era algo que me hubiera gustado que jamás hubiera hecho o probado. Y sí, tonteaba con drogas si es lo que piensas, específicamente, heroína. Estaba tan enganchado que ni él podía imaginarse que sería su perdición unos años después.

Él se fue de casa, decidió independizarse, me invitaba cuando podía estar para mí. Aunque, estuvimos unos tres o cuatro años que no hablamos para nada en persona pero siempre le podía llamar si tenía un problema, porque acudía de inmediato. Por supuesto, no me contaba sus cosas, sus problemas eran cosa suya, ni siquiera mis padres supieron nada de nada por lo que el pasaba o llegó a pasar en algún momento mientras estuvo fuera, nunca habló de ello, ni siquiera cuando estuvo en el hospital en su lecho de muerte. Lo que sí sé es que cuando estuvo conmigo o incluso hablando por teléfono, jamás quiso mostrarme esa parte adicta, nunca le oí o vi borracho, drogado o fumado si era el caso, me respetaba y yo lo hacía también, siendo una forma de agradecérselo.

Mis padres se separaron, yo me quedé con mi madre. Nunca nos contaron que ocurrió realmente, yo estaba seguro de que no quería saberlo, Adam jamás preguntó. Siempre estuvo para mamá y para mí, a veces, nos traía comida o dinero, porque mamá no pasaba por buenas épocas económicamente hablando desde que papá se fue, Nos tuvimos. A veces, lejos. Otras veces, cerca. Pero de cierta forma, estábamos unidos.

La enfermedad de Adam:

Como dije antes, Adam era adicto. Lo supimos en la oficina del doctor cuando le llevamos de urgencia, dado que, se desmayó justo delante de nosotros mientras caminaba hacia el coche para volverse a casa. La heroína le había producido algunos fallos en sus órganos, no quise saber cuáles, mamá sí fue capaz de escucharlo pero yo desconecté en cuanto dije que a mi hermano no le quedaba mucho tiempo, que se estaba consumiendo.

Mi mente se sumió en agonía y arrepentimiento, de preguntas sin respuesta. Quise pasar más tiempo con él, debí decirle que le quería al menos una vez pero nosotros nunca nos decíamos eso, tuve que imaginarlo, debí haber notado algo diferente, quise haber actuado diferente para que todo volviese a revertirse y el médico no estuviera diciendo lo que fuera que dijo. Recuerdo haber salido a tomar el aire, que mi madre me dijo que Adam estaba en observación y que deberíamos ir a casa a descansar. No fui. Me quedé fuera de la habitación donde lo mantenían vigilado hasta el día siguiente. Era como si me faltase la respiración. Mamá llamó un par de veces pero ni siquiera oí la llamada, estaba consternado.

Lo peor de todo fue verle después del diagnóstico final, en la cama de hospital, en esa habitación que olía a enfermedad, con unas máquinas rodeándole, mientras Adam seguía postrado allí, inconsciente todavía. Esperaba que estuviera descansando. Iban a suministrarle algunos medicamentos para mantenerle hasta que llegase su momento. Cada vez que oía eso, mi mundo empezaba a girar, como una broma de mal gusto, como una engañifa que nadie creería. Tragaba saliva, tratando de no derrumbarme, de no llorar, mucho menos en frente de mamá, tampoco en frente de Adam, se reiría de mí en cuanto abriera los ojos. Eso me hizo sonreír.

Por supuesto, abrió los ojos. Y odió aquello. Quiso moverse, levantarse e irse de allí, desesperado, odiaba los hospitales, pero no podía. No podía ver eso, pero lo vi. Me di cuenta de la forma en la que miraba, esos ojos llenos de decepción mientras se cruzaban con los míos, suplicantes, rezando para mis adentros para que no se fuera a ninguna parte. No tuvimos que decir nada más. Tampoco lo hizo mamá, simplemente, le cuidó. Yo lo hice también. No había necesidad de comentar nada, sobre las drogas, el alcohol o lo que hizo a escondidas, tampoco las cosas que mantenía en secreto, no queríamos saberlo. Estaba bien.

Su muerte:

Supongo que describir la muerte de un ser querido al que has admirado y observado durante toda su vida, no es para nada fácil. Es una mierda. Literal. La agonía es tal que se te olvida ducharte, las tareas de casa, recoger la ropa del suelo, incluso, lavarla. Te vuelves una persona que jamás conociste antes, descubres cosas de ti mismo que ni sabías y sientes cosas que jamás creíste sentir. Por ello, su muerte fue tan importante. Porque sentí que me fui con él.

Mamá pidió a los médicos que le dieran a Adam el alta, estaba incómodo y prefería que falleciera en casa, con nosotros. No le quedaba mucho, quizá un par de días. Los médicos, por supuesto, aceptaron, de hecho, nos ayudaron con todo para mantenerle el mayor tiempo posible entre los vivos. Nuestro antiguo cuarto se convirtió en una pequeña sala de hospital, silenciosa y agónica. No me moví de la silla que estaba justo al lado de su cama, no quería hacerlo. Necesitaba más tiempo. Solo tenía 32 años, no merecía morir.

Despertaba de vez en cuanto, pero apenas decía gran cosa. Le cogía la mano, aunque decía que eso era de maricas, lloré a sus espaldas, grité cuando mamá no escuchaba, le hablé mientras creía que no podía escucharme. Por ello, nuestra última conversación fue tan dolorosa, porque trató aquello como si no fuese algo importante. Sabía que iba a irse, pero no quería hablar de ello, ni darle vueltas, no iba a dejarme, iba a estar conmigo siempre, en mi corazón. Pero, para mí no era suficiente. Supongo que esas son los tópicos más insensatos que nos solemos decir para darnos cierto confort, porque sigo aquí sin mi hermano y el vacío sigue siendo igual de grande o quizá más, ni siquiera he vuelto a reconocerme, tampoco a sonreír.

Estuve allí cuando la máquina que controlaba sus latidos empezó a pitar, mostrando una línea continua, diciéndome que su corazón ya se había parado y que no iba a volver a latir. Mi madre vino tan deprisa como pudo pero él ya no estaba, ni siquiera pudo despedirse. Aquello era injusto, de verdad que deseé haber sido yo quién ocupase su lugar, deseé el no tener que superar su pérdida, el no tener que llorarle, que echarle de menos, que escuchar sus discos favoritos y evitar gritar, el estar frustrado todo el tiempo. Quería evitar el dolor. Quería que cesara.

Un futuro sin Adam:

Por supuesto, no va a ser nada fácil sin él aquí. Pero sigo enviándole mensajes de voz de vez en cuando, sigo escuchando algunos de los que él me enviaba. He recogido todas las cosas de su piso, de hecho, ya ha sido alquilado por una pareja majísima que se instaló, como si los recuerdos de Adam se hubieran evaporado, siendo reemplazado tan fácilmente. Todas sus cosas están en cajas, dentro del armario que compartíamos, en nuestra habitación. Sigo quedándome sentado, mirando su cama, ahora vacía.

Me quedo con mamá en su casa, definitivamente, no podría irme ni aunque quisiera. No es el mejor momento para estar solo, ni ella ni yo. Va a ser duro, a veces, eso es lo único que sé con certeza.


Publicado en Personajes

Nora: Dejada Atrás

Relato procedente: «La Cena«. Edad: 32 años.

Ciudad: Portland. Profesión: Recepcionista de hotel.

Descripción física:

Mi cabello es de un color negro muy intenso, ondulado, largo hasta un poco más abajo de los hombros. Mis ojos son también oscuros, mi tez un tanto pálida y mi cuerpo esbelto. Mis labios son carnosos, normalmente, adornados con un toque de color rosa claro o carmín. Suelo vestir con vaqueros, camisetas finas de seda de cualquier color y zapatos cómodos. También me encantan las gabardinas, así que, cuando hace un poco de frío empiezo a sacarlas y a refugiarme en ellas.

Descripción de la personalidad:

Siempre me he considerado una persona íntegra, bastante sensible, callada sobre todo, y tímida. Soy reservada, no me gusta mucho compartir lo que sucede en mi vida o ha sucedido, son cosas de las que no me resulta cómodo que otros formen parte. No siempre me he sentido entendida, pero he sido muy sociable aún sabiendo que sería un poco criticada, he sido bastante inocente en ciertas ocasiones pero considerada y responsable. No soy muy habladora, supongo, pero me gusta escuchar y dar consejos a aquellos que lo necesitan, si ese es el caso.

Una infancia muy sociable:

Mis padres siempre fueron muy sociables, invitaban a amigos a casa todo el tiempo y les gustaba invitar a sus hijos a casa en todos mis cumpleaños. No es que a mí me gustase mucho, pero solía sonreír. Es curioso, porque crecimos todos juntos y nos hicimos amigos después de tanto tiempo, de hecho vivíamos en el mismo barrio y solíamos quedar muchas veces. Eran Gretta, Jim, Jack, Annie y Tom. Éramos los seis amigos de siempre, los de toda la vida, como se dice ahora.

En el colegio tendía a ser bastante callada, pero sacaba buenas notas y me gustaba sonreír. Le sonreía a todo el mundo, no tenía miedo de hacerlo, sabía que así les gustaría a ellos y querrían estar conmigo, tenía esa carita de niña buena, solía acoplarme a sus estilos de vestir, a su música favorita y si no les gustaba leer, yo también decía que a mí tampoco. Solía seguir a la corriente, tratando siempre de encajar lo que podía y ser quién quería ser en casa, entre las paredes de mi cuarto. Creo que siempre supe que el mundo funcionaba de esta manera y que tan solo tenía que seguir el camino para no ser abucheada, como otras muchas niñas lo eran, se trataba de observar alrededor para ser una copia más, al menos, lo más parecida posible. Le hacía caso a mamá, ella lo sabía.

Una adolescencia invadida de preguntas:

Bueno, ya sabéis como es esto. Granos, chicos guapos, hormonas por el techo y la primera vez del periodo, transformándote en una mujer adulta, pero no tan adulta. Mi adolescencia trajo muchas preguntas consigo, porque yo tenía claro que sí, me gustaban los chicos y quería salir con alguno, darnos besos y cogernos de la mano, pero no hacer nada más que incluyera meternos en la cama. Pero la mayoría de mis amigas ya lo habían hecho, yo andaba un tanto retrasada en esa materia. Por una parte, no quería ir retrasada, todas habían experimentado lo bueno y lo no tan bueno de la primera vez con un chico, pero yo no, y todas me miraban de forma extraña, era la virgen del grupo. Se reían y hacían bromas sobre ello.

¿Por qué tenía que ir deprisa? ¿Por qué debería querer hacerlo? ¿Por qué tenía que gustarme alguien? ¿Por qué tenía que acostarme con alguien solo porque me gustara? Se pasaban las horas de recreo señalando chicos como si fueran trozos de carne las chicas y los chicos como si ellas fueran objetos que exponer en una tienda. Nunca me identifiqué con ello, pero me reía con ellos. Ellos se reían de mí. No era mi momento, cuando para los demás lo fue. Yo esperaba encontrar a alguien especial con quién perder la virginidad, para mis amigos eso era una estupidez pero se trataba de perderla y ya está porque así era esa etapa, de volverse un poco loca. Jamás lo creí así, quise seguir escuchando los consejos de mamá y esperar a estar lista. De hecho, perdí la virginidad a los 18.

La adultez daba asco:

Pagar facturas, alquiler, trabajar como una mula y llegar a casa rota y cabreada. En eso se resumía mi día a día. Trabajaba en una recepción de hotel desde los veinte. Había sido siempre fiel a esa empresa, apenas llegaba a fin de mes pero podía comer y dejar de vivir con mis padres, casi que me estaban echando con 20 años, todos mis amigos eran independientes, así que, ¿por qué yo no? Quisieron que estudiara, pero preferí irme de casa antes y buscar mi camino de alguna forma. Nunca pasó, seguí de recepcionista y sigo siéndolo, desde hace 12 años, no me ha interesado hacer ninguna otra cosa, no tengo muchos hobbies y mi tiempo libre me lo paso leyendo.

Me di cuenta de lo que se trataba la vida. Solucionar problemas y sobrevivir a las adversidades, comer sano, ir al médico si algo va mal, trabajar 8 horas diarias, dormir otras 8 si eso es posible y el insomnio no te ataca, hacer unos cuantos recados durante la semana y tirarte en la cama tras un día duro. No tenía tiempo ni de salir, y mis amigos de toda la vida hacía tiempo que no me decían nada de quedar, estaba sola. Tampoco me interesaba casarme, tener hijos o engancharme demasiado a nada. Estaba muy ocupada y no pensaba precisamente en ello. Solo quería que me dejaran en paz.

He perdido la cuenta de cuándo empecé a volverme tan amargada. Sonrío cada vez que lo pienso, pero es que es la verdad, solo pienso en llegar a casa para dormir la mona. No pienso en nada de lo que la gente piensa, no entro en sus ritmos de vida, tampoco en sus tiempos. Es curioso como alguien sociable, se vuelve tan asocial de una etapa a otra.

La cena:

He de reconocer que estaba emocionada de ir a la cena que había preparado Annie, Gretta, Tom, Jim y Jack, mis amigos de la infancia, los de toda la vida. Desde que se habían casado y habían tenido hijos, no les había visto, ya no compartíamos tiempo juntos, siempre estaban ocupados. Se veían muy bien, aunque las chicas un tanto cansadas, tenían ganas de tener un descanso después de pasar la mayor parte de su tiempo con los niños, sonaba más bien agotador. No me extrañé al comprobar que yo era la única que no estaba casada ni tenía hijos, por tener no tenía ni novio, tampoco estaba interesada o pensando en nadie en concreto, lo único que creía de verdad es que no iba a ser juzgada por ello y que seguro que íbamos a pasar un buen rato.

Me equivoqué. Tras responderse todas sus preguntas, bromear, contar historias varias que no se habían contado y hablar de sus familias, me tocó el turno de dar respuestas, al parecer, yo era la única que no había aportado ningún comentario sobre mi vida en particular, querían saber qué era de mí después de tanto tiempo sin verme. Supieron en ese momento que yo era la misma de siempre, que nada había cambiado desde que me conocían. Sola, soltera, una lectora intrépida que solo trabajaba y vivía bajo un confortable techo en sus días libres, que no solía salir porque no tenía amigos y no recibía llamadas, solo del trabajo. Dicho así sonaba lamentable y ellos lo hicieron sonar lamentable, tanto que se me atragantaba la comida. Quise salir de allí dando un brinco, tan rápido como me fuera posible, pero no lo fue porque la cuenta llegó a nuestra mesa.

Como supuse, ese restaurante era uno de los más costosos de la ciudad, precioso pero caro. No me llegaba con lo que había traído, unos pequeños ahorritos que había estado dejando en el banco para las próximas compras del mes, algo que me iba a dejar en números rojos. Ellos rieron, como si no fuese a doler más tarde. Yo era pobre, ellos tenían dinero. Me pagaron la cena sin ningún problema, mis amigos eran exitosos, tenían todo lo que querían, vivían bien y solo tenían que llegar a casa a tiempo para la cena. Vidas perfectas. Vidas que para nada, yo quería.

¿Me hicieron sentir menos con sus comentarios? Indudablemente. ¿Me hicieron sentir inadecuada y fuera del ritmo normal de vida? Posiblemente. ¿Lloré porque me hicieron sentir horriblemente mal? Sí, además de comerme un buen bote de helado de chocolate yo sola para quitarme el estúpido berrinche de encima. ¿Me hicieron sentir que estaba equivocada? ¿Que mi vida no era normal, mejor o peor que la de ellos? La verdad es que no. Tengo la vida que tengo, les guste o no, y es la que hay. Quién quiera aceptarme bien, quién no, no es mi problema. Si por esto no soy respetada o querida, pues me parece bien, no les necesito para que me levanten el rabo, me basto sola. He creado mi vida sin su ayuda, y lo seguiré haciendo, no tengo que ser otra persona solo para encajar en sus vidas perfectas. Ni lo hago ni lo haré, no tengo absolutamente nada que demostrar.

Un futuro de una vida casi perfecta:

Y sí, no lo es. No es perfecta. Todos tenemos nuestros altibajos y nuestras formas de vida, malos hábitos, pensamientos trampa, estupideces que hacemos para sobrevivir y trabajar de recepcionista de hotel para poder llegar a fin de mes. Creo que aceptar esto sabiendo cómo viven otros, va a ser un reto, supongo que negar volver a salir con esos amigos que siempre me cubrieron las espaldas mientras crecíamos, va a ser una pastilla difícil de tragar, al igual que no coger el teléfono en las horas que no sean de trabajo, para no tener la sensación de que trabajo de más.

Una vida casi perfecta que a veces, disfruto. Otras veces, no tanto. Da asco y es una mierda. Pero es la realidad, no hay cabida para las historias de hadas, para las historias de película, para los dramas sin resolver de vidas pasadas. Es como es y se acepta tal cual, con sus cosas buenas y sus cosas malas, es el precio que se paga por estar vivo, y no me importa pagarlo.


Publicado en Personajes

Moira: Perdiendo a un Amigo

Relato procedente: «Ácido«. Edad: 34 años.

Ciudad: Detroit. Profesión: Tatuadora.

Descripción física:

Mi cabello es de color castaño oscuro, al igual que mis ojos, suele ir recogido con una coleta en el lado izquierdo de la cabeza. Mis labios son finos, mi piel algo pálida y me gusta vestir con vaqueros y sudaderas, normalmente, de color negro. Soy de complexión delgada, creo que siempre lo he sido, me gusta utilizar zapatos cómodos y no perder mucho tiempo eligiendo mi ropa.

Descripción de la personalidad:

Me agradan los momentos a solas, donde puedo estar en silencio, no suelo ser muy habladora pero cuando tengo algún contacto con alguien, me gusta mantenerlo. Me considero bastante empática, sensible y amable, aunque trato de distanciarme un poco de los demás cuanto puedo, no todo el mundo es bueno y no todo el mundo desea lo mejor para ti. Podría decir que soy bastante desconfiada, odio que me interrumpan cuando estoy viendo una película y no me gusta salir de fiesta, adoro leer con una única luz iluminando el salón, con eso me basta.

Una infancia loca:

Mis padres se divorciaron cuando tenía unos ocho años, fue complicado y confuso, no dejaban de hablar de mí como si fuese un objeto que debía ser transportado cada fin de semana, sin sentimientos o sin valor de elección. Supongo que eso fue lo que más me dolió, aparte de sus enfados absurdos y peleas por dinero, aparte de decirse las cosas más horribles que se podrían decir a otro ser humano, mientras yo estaba delante, escuchando. He de reconocer que no siempre prestaba atención, pero cuando lo hacía, tan solo quería esconderme en algún lugar apacible para encontrar algo de silencio y sentirme cómoda por una vez.

No me prestaban mucha atención, así que, me dedicaba a leer y a dibujar más que nada. Lo que más me apasionaba era esto último, aunque nadie se hubiese dado cuenta, solo mi profesora de dibujo. Para mi padre eran tonterías, estaba más enfocado en su enfado con mamá y para ella, era tan solo una fase que se terminaría pronto. La buena noticia fue que duró hasta mucho después de lo que ellos predijeron, se convirtió en una pasión difícil de erradicar.

Deseando salir de casa:

En mi etapa adolescente, lo único que quería hacer era salir de aquella casa de locos. Sí, puede que mis padres debieran separarse sin más, dejar su estúpida relación tóxica y seguir adelante, pero no lo hicieron. Pues qué locura, ¿no? Lo confirmo, porque lo era. Se mantuvieron juntos por mí, sin pensar que podría hacerme más daño que estuvieran juntos y discutiendo que separados y con ambientes tranquilos. Supongo que en estos momentos yo solo pensaba en mí misma, no es que fuera buena estudiante pero solo quería pasar y terminar la secundaria. Si lo hacía, podría buscar un trabajo y salir de allí cuanto antes.

Aunque las cosas no fueron tan bien como esperaba. Tuve que quedarme hasta los dieciocho, hasta que conocí a Daven, algo así como un amigo para toda la vida que iba a salvarme el culo. Yo no tenía ni idea de que iba a hacerlo. Se había ido de casa con dieciséis, había estado trabajando aquí y allá, en esos momentos trabajaba de mecánico, tenía cuatro años más que yo. Fue él quién me sugirió el vivir juntos, sabía que mi situación no era la adecuada y odiaba verme así, lo cual, creyó oportuno comentarlo, no cabía en mí de orgullo y, a la vez, de vergüenza, me hubiera gustado hacer las cosas por mí misma. Nos prometimos que sería algo temporal hasta que yo pudiera sostenerme fuera de casa de mis padres.

Trabajos y más trabajos:

Sí, tenía dieciocho años, me había independizado y trabajaba como una mula. Trabajando de camarera, en ayudante de cocina, vendedora en tiendas de ropa de segunda mano, de recepcionista, secretaria, bibliotecaria en universidades… y no sé cuántas cosas más. Pero estaba agotada. Hacía más horas que un reloj y todo para poder sostener mis gastos y mis estudios. Quería hacer algo relacionado con el arte, con lo que pudiera dibujar y tener mi propio negocio, así que decidí estudiar para hacerme tatuadora. No fue una decisión fácil, tampoco barata, pero Daven me ayudó. En realidad, me ayudaba en todo, sin hacer preguntas. Era un cielo. Dulce, cariñoso, atento, detallista, un gran tío echo pedazos por todas las novias que le habían roto el corazón. Y no me miréis, yo no quería ser la última que lo hiciera, él era un terreno que no quería pisar.

Es cierto que llegaba reventada. Tras tantas horas de trabajo no quería hacer nada, tan solo tirarme en el sofá y ver una película de cualquier cosa que Daven quisiera ver. Nos volvimos muy cercanos, uña y carne con los años, no funcionábamos el uno sin el otro, teníamos más amigos comunes con los que solíamos salir pero con quiénes más confiábamos era en nosotros, supongo que conseguimos crear nuestro propio mundo a parte del de los demás, éramos como hermanos, no teníamos secretos.

La enfermedad de Daven:

Como se suele decir, no todos los finales son felices. Este no fue uno de ellos. Daven empezó con algunos síntomas bastante leves pero frecuentes. Un día se asustó y decidió ir al médico porque tosió sangre. Todo pasó de un día para otro, al igual que su diagnóstico. Tenía cáncer de pulmón. Estuvo medicado durante bastante tiempo, iba a radioterapia. Lo tenía bien enganchado porque no funcionaba. No le remitía. Daven pretendía estar bien, siempre con la cabeza bien alta, nadie sabía qué ocurría a excepción mía. Físicamente, se sentía fatal y psicológicamente, bueno echo una mierda. Sabía que no había solución y que podría ocurrir en cualquier momento. La muerte estaba esperando en cada esquina.

Yo estaba haciéndome a la idea, no podía creerlo. Iba a perderle, así sin más. Todo iba bien, justo en ese momento, creo que llegó a ser el mejor momento de nuestras vidas. Él consiguió crear su propio taller de coches que tanto había soñado tener y yo mi estudio de tatuaje. Nos habíamos mudado a un piso un poco más grande en el que por fin, podíamos permitirnos tener más cosas y vivir fuera un poco más, como ir a restaurantes o ir al cine. En ese momento, habíamos tenido suficientes razones para sonreír. Todo se había arreglado al final, todo iba bien, según lo planeado. Hasta ese momento, hasta el momento del diagnóstico.

El ácido:

Acompañé a Daven a su última revisión. No había nada más que hacer, el cáncer se había avanzado mucho y no se podía remitir. Le habían dado dos meses de vida. Por lo que, pensaba ayudarle en todo lo que hiciera falta para poner sus asuntos en regla, para despedirse y hacer lo necesario para irse tranquilo. Yo quería ser quién le diese la mano cuando se marchara, esperaría a verle expirar su último aliento. Para mí estaba siendo descorazonador, incluso, lloraba a escondidas, aunque frente a él pretendía ser fuerte para que él también lo fuera, era mi trabajo como su amiga.

Pero esa vez, esa última vez que le vi, traía consigo un bote con un líquido transparente y unos papeles en la mano. Le pregunté varias veces qué era aquello, tan solo me contestó que quizá era la solución a todos sus problemas. Era una cura. La cura milagrosa que había ayudado a miles de personas con su enfermedad. Al menos, eso fue lo que le dijo el médico. Siento decirlo pero no me creí ni una sola palabra. Daven firmó los papeles que eximían al hospital de cualquier responsabilidad si a él le ocurría algo tras ingerir aquel líquido transparente. Insistí, creo que hasta demasiado, con que no lo hiciera, que lo pensara mejor, pero estaba desesperado y, a decir verdad, yo también.

Tras el primer sorbo, Daven no dejó de revolverse, de cogerse la tripa y quejarse de que le ardía. Traté de decirle que debíamos ir al hospital de nuevo a que le lavaran el estómago porque aquello no era normal, una cura no puede hacer el efecto contrario. Pero él estaba seguro, muy seguro de que aquello iba a funcionar porque el doctor lo había dicho. Una parte de mí quiso creerle y esa parte le dejó continuar, algo de lo que ahora me arrepiento. Se tragó el resto de líquido. Pensé que iba a darle un ataque porque se cayó al suelo cogiéndose el estómago, no podía hablar, tampoco gritar, se estaba deshaciendo por dentro, literalmente. Cuando le cogí entre mis brazos, ya no había expresión en sus ojos, ya se había ido.

Un futuro sin Daven:

Ha sido duro desde que ocurrió, no voy a negarlo. Ha sido diferente no tenerle en casa, no llamarle al llegar a casa, no preparar juntos la cena o ver películas hasta altas horas de la mañana, reír hasta reventar o contarnos nuestras penas por el simple echo de escucharnos. Solo tengo su cara inexpresiva en mi cabeza, esa imagen se repite una y otra vez, no puedo erradicarla, no puede ni siquiera pretender que no existe o que no ha existido, porque incluso su habitación está igual que siempre, su orden dentro de su desorden. No he podido tocar su ropa, ni siquiera me he acercado a su cama, a sus discos, al ordenador, tampoco he llamado a sus padres para que vengan a recoger sus cosas. Eso sería como admitir que se ha ido.

Puedo decir con certeza que un pedazo de mí se ha ido, se ha desvanecido en el aire de un día para otro, sin poder retornar a ello, sin poder rechistar. Quizá venda su taller, quizá lo deje funcionando. Quizá me mude a otro piso más pequeño o quizá me quede. Todo sigue muy confuso, darme tiempo es la mejor opción. Es curioso cómo te jode la vida sin tú esperarlo.

Publicado en Personajes

Gerd: El del Cuchillo

Relato procedente: «El Filo del Cuchillo» Edad: 32 años.

Ciudad: Höfn Profesión: Cuchillero.

Descripción física:

Mi cabello es negro, al igual que mis ojos. Lo peino hacia atrás, siempre me ha dado más seguridad, aunque las arrugas de mi rostro me sigan persiguiendo. Mis labios son gruesos, la barba que los abraza es poblada, con unas pocas canas, pero bien cuidada. Mi tez es un tanto morena, con algunas impurezas y la piel bastante seca. Tiendo a la delgadez, pero considero que estoy bastante tonificado, me gusta comprarme camisetas ajustadas. Suelo vestirme de traje y corbata, otras veces, con vaqueros, normalmente, de color negro.

Descripción de la personalidad:

La pulcritud y educación me preceden, no suelo cambiar mucho de expresión, pero sonrío para mostrar calidez, pero lo único que siento en mi interior es frialdad. No me responsabilizo de mis actos, trato de ponerme una máscara que muestre que soy como los demás, mientras me escondo a simple vista. Mis recuerdos no son agradables, pero le cuento a todo el mundo lo que quieren oír, les escucho pensar, sé lo que dicen, la humanidad agoniza y a mí me gusta jugar con ella. Atraigo a gente de todo tipo para deshacerme de su sonrisa, mientras permanezco callado y les quito la vida como me place. Eso me hace muy feliz.

Una infancia poco común:

Mi padre era cuchillero, lo aprendí todo de él. Aunque me pegara, repetidamente. Cuando estaba borracho y sin estarlo, era una mierda de padre. Mi madre estaba un poco enganchada a la coca, se pasaba gran parte del tiempo deambulando por la calle, hasta que papá iba a recogerla de algún banco de la calle donde había empezado a gritar o quizá a quedarse dormida. La verdad, no se llevaban muy bien, discutían sin parar. Yo solía quedarme en mi cuarto, leyendo. Les oía, muy alto, pero jamás me importó. Creo que jamás me importó nada o nadie. Los otros niños me apartaban, pero no me sentía así, tampoco sabía qué era la soledad o estar feliz por algo, no encontraba esa satisfacción que ellos sí tenían, solo era otra máquina que esperaba ser conducida, aunque estuviera algo rota.

Vivíamos en una casa de campo con lo necesario para que todo funcionara. Lo único que me gustaba hacer era tallar cuchillos, afilarlos de vez en cuando. Era lo único que papá y yo hacíamos juntos, en silencio. Me daba igual que fuéramos distintos, no me importaba que me tratara como un despojo, simplemente, era algo más que ocupaba el día, ya se pasaría. Cada día era diferente, tenía que curarme esas heridas por mí mismo, porque aunque mis padres las vieran no hacían preguntas o trataban de ayudarme, tan solo lo hacía sin más, sabía que no acabarían tan pronto. Tenía ganas de ser mayor. No verían venir lo que les esperaba. Ese pensamiento siempre me hacía sonreír.

Una adolescencia poco sentida:

La adolescencia para nadie es agradable, pero yo no sentí nada. No estuve para nada hormonado o sentí curiosidad por el sexo opuesto, ni siquiera un poquito. Lo único que me resultaba llamativo eran sus cuellos desnudos, sus piernas perfectas y mis cuchillos cortándolas. Soñaba con ello cada día, y no era una pesadilla, era como un deseo que quería que se volviera realidad, incluso, me empezaba a obsesionar. Tenía ciertos impulsos que no contenía muy bien, maté a un par de gatos, les clavé un chuchillo en sus tripas y eso me produjo placer, un placer que jamás había experimentado, hasta conseguí excitarme un poco. Esa necesidad fue en aumento, pero solo la dejé flotar, debía ser precavido, no hacerme público.

Y sí, tenía ganas de seguir creciendo. Mi madre se había vuelto adicta y mi padre se pasaba borracho en el bar la mayor parte del tiempo, las palizas nunca cesaron, se hacían cada vez más fuertes y ya le dejó de importar que los demás vieran los moretones o las cicatrices, a veces, utilizaba una navaja para cortarme en la mejilla o en las manos, le gustaba hacerme sufrir, siempre le había gustado. Alguna vez llegué a pensar que papá tenía algo oscuro en él, al igual que yo, y puede que lo heredara. Jamás dije que no me gustara, estaba en paz con ello.

Primeras muertes:

Lo decidí de un día para otro, fue un impulso, fuerte, intenso. Me dejé llevar. Cogí un machete y les corté la cabeza a mis padres, así sin más. Me provocó un placer indescriptible. Lo hice a mis dieciocho, un buen momento para madurar. Quemé sus cuerpos y pasé a otra cosa. No sentí nada. Sigo sin sentirlo, ni siquiera sé qué es echar de menos a alguien. Seguí con chicas de mi edad, una tras otra. Utilizaba mi cuerpo para llegar a ellas, era sencillo, me gustaba jugar. Esas primeras muertes quizá fueron imperfectas, llevadas por el impulso, sin demasiada personalidad quizá, sin una marca. Sin mi marca. Me fui adaptando, sus gritos resonaban en mis oídos, eran música, podía inhalar su dolor, ese constante miedo a morir, a no saber qué esperar de mí, mientras rozaba el cuchillo por todo su cuerpo.

No conseguía definirme por el cuchillo perfecto. Seguía llevando el negocio de cuchillos de mi padre, llegué a fabricar muchos pero ninguno se ajustaba a mi estilo. Hasta que hice uno con mi esencia, contenía una parte de mí indescriptible. Se selló con un hechizo que encontré en algunos de los libros negros que solía leer mi padre, siempre había sido un tipo muy raro. Solo tenías que decir unas palabras para bendecirlo y para que se convirtiese en un arma poderosa. Y así fue. Podía convertir a quién quisiera en cenizas clavando el cuchillo en cualquier parte del cuerpo que deseara mientras me quedaba detrás, viendo el espectáculo. Era mágico.

El cuchillo y la muerte:

Nos convertimos en uno, en una misma persona. Él formaba parte de mí como yo formaba parte de él, a veces, lo sentía en mi mano, cómo ardía, cómo deseaba que lo utilizara, que matara con él, estaba excitado como lo estaba yo. Fluíamos juntos, nos entendíamos, formábamos parte de la misma energía. Esa joven rubia, con ojos verdes, estaba aterrada, fue una de las últimas. Su terror me hizo sonreír, no pude controlarlo, su cuerpo desnudo me excitaba pero solo un poco, lo que me gustaba era pasar el cuchillo por toda ella hasta que comprendiese finalmente cuál iba a ser su final, que no había espacio para la salvación, quería que supiese que era solo mía.

Estábamos conectados por la muerte, éramos la causa. Por fin, tenía un propósito. Jamás tuve uno. Eso me creaba tranquilidad, sabía que había hecho el trabajo encomendado y que el cuchillo y yo habíamos enviado a más gente a la muerte, nuestro único jefe. Me gustaba que las víctimas vieran los restos de sangre en las paredes, por todos lados a su alrededor, en mi peto, para que supieran a qué iban a enfrentarse. Y siempre, me gustaba ir de etiqueta, era como ir a una cita. La única diferencia era que la cita tenía lugar en el sótano de la casa de mis padres y el amor de mi vida era un cuchillo con poderes para quemar a quién quisiéramos. Éramos la pareja perfecta.

Un futuro claro:

Seguiremos sin parar. Una noche tras otra, un día tras otro. Afilando cuchillos, matando sin piedad, convirtiéndonos en Muerte por un rato, disfrutándolo, saboreándolo. Amable, sincero, considerado, empático en el exterior, desgarrador en el interior. Supongo que ser cuidadoso tiene que ver con una parte de mi piel que no cambia, que se mantiene viva, latente. Nunca me pillarán, nunca sabrán qué pasa porque les gusta mi sonrisa, mis bromas, las amables preguntas, unos ojos sin sospecha, la completa sociabilidad, la cercanía, la encubierta empatía, lejos de ser honesta y verdadera.

Supongo que nada termina donde esperamos. Los comienzos no son perfectos, pero el viaje hace que todo se vuelva más dulce y correcto.


Publicado en Personajes

Cian: La Futura Esencia

Relato procedente: «La Magia de un Libro«. Edad: 12 años.

Ciudad: Ennis. Profesión: Estudiante.

Descripción física:

Aún recuerdo mi cabello oscuro, castaño. Mis ojos grises y esas pestañas que todos admiraban, sobre todo las amigas de mi madre, decían que eran perfectas y preciosas, aunque para mí solo fueran pestañas. Recuerdo mis pómulos rojizos debido al intenso frío, lo abrigado que iba siempre con bufandas e incómodas chaquetas, vaqueros y unas botas que pesaban más que el hormigón. Mi tez era un tanto pálida y mi cuerpo esbelto, mis dientes totalmente blancos, aunque no me gustaba mucho enseñarlos.

Descripción de la personalidad:

Era un niño reservado, con toneladas de libros delante de mis ojos y con ansias de devorarlos todos. No podía dejar de leer, me encantaba, aunque en el colegio decían que era raro y un marginado. No me encantaba hablar, era silencioso, bastante pasota y no me interesaban mucho los grupos, me gustaba encerrarme en mi habitación el tiempo libre que pudiese tener y tratar de hacer lo que me gustara. Nunca me he sentido mal por estar apartado, creo que mucha gente lo ha admirado, no he prestado atención, creo que aprendía a enfocarme en lo que quería hacer y no en lo que ellos querían que creyera. Diría que era imaginativo, creativo y bastante despierto, ansioso y cabezota.

Una infancia bastante normal:

Mis padres discutían mucho, creo que por eso fue tan fácil enfocarme en otras cosas, quería simplemente, escapar de ese mundo para crear uno propio. No dejé de leer desde que descubrí «El Principito», pasaba sus páginas con tanta velocidad que no podía frenarme. Cada día, pedía ir a la biblioteca para coger más, mi madre estaba asombrada, pero a la vez contenta, no a muchos niños se les despertaba esa necesidad por leer, en específico a los de sus amigas, unos completos abusones idiotas.

Y sí, mis padres decidieron separarse. Mi padre bebía mucho, se pasaba el tiempo de bares con sus amigos y no sacaba tiempo para la familia o, al menos, eso es lo que me han contado, seguía ocupado a mis doce años, creo que entre sorbo y sorbo se olvidó en algún momento de que tenía un hijo o, simplemente, quiso evadirlo y la bebida le ayudaba con ello. No le conocí muy bien, siempre estuve con mi madre, ella siempre me cuidó. A veces, he de reconocer que era un poco dura pero entendía que al encargarse de todo sola, debía liderar, yo simplemente, obedecía. Era mejor no contradecirla.

La magia de los libros:

Los amantes de los libros, conocemos esa esencia, esa llamada de un libro que nos gusta y que debemos leer porque está presente, observándonos, es como si nos eligiera. Tienen magia dentro, tienen personalidad, te atrapan, te hacen reír y llorar, te enternecen el alma con palabras, a veces, te consuelan cuando lo necesitas, o te dan una bofetada en plena cara cuando no debiste de hacer algo. En resumen, los libros lo son todo. Y para mí lo eran todo. No pude imaginar que su esencia y significado fueran a volverse tan literales. Podemos hablar de esencias y energías, pero no creemos que sea real, el tacto del lomo de un libro es real, sus páginas, su olor, pero nunca imaginas que puede volverse existente.

Cuando salí de la biblioteca una vez más con varios libros en mis manos, me sentí abrumado por la necesidad de abrir uno de los libros que había alquilado. Una luz cegadora me atrapó, una luz que nadie más vio. Al volver a casa rápidamente, abrí el libro de nuevo y, esta vez, la luz era de un color azulado, muy potente, tanto que sacó a alguien de dentro del libro, alguien que iba a creer que se convertiría en mi amigo y nunca en quién cambiaría mi vida para siempre. Un pequeño elfo salió de allí, era la mismísima esencia del libro que tenía en mis manos, ¡no me lo podía creer, era imposible! Al parecer, no lo era.

Me contó las más alucinantes historias que nadie podría contar, aventuras increíbles, lugares que podríamos soñar pero nunca tocar, pequeños poblados de elfos donde trabajan y dan de comer a sus familias, montones de criaturas que viven en los bosques, enemigos que debían derrotar y miles de historias más. Me vi tan inmerso en todo ello que, sin darme cuenta empecé a formar parte del libro, el que me absorbía para ser parte de él, para ser su esencia. El elfo sonreía satisfecho, había engañado a un niño inocente para que él pudiera salir de su encarcelamiento. Nunca se me habría ocurrido, parecía tan inofensivo y aventurero… Me sentí traicionado por una criatura que solo creí que existía en los libros, en ese momento, era yo el que permanecía en una cárcel.

Vivir en un libro:

Podría decir que no se está tan mal aunque echo de menos algunas cosas. Está bien no tener la urgencia de ir al servicio, no comer ni beber porque no pierdes tiempo, tampoco ir al colegio o tratar de caerle bien a la familia de tu madre porque son la única sangre que te queda en el mundo. Pero cosas como una cama donde poder recostarse, lectura necesaria, libros que poder tocar y oler, una estantería o dos no irían mal y un poco más de luz. Eso hubiera sido fabuloso.

He podido empatizar con el elfo. Supongo que se sentía rechazado, empujado a mantener una vida en total soledad, con limitaciones impuestas por su raza como puedo suponer, sin la suficiente luz para hacer algo más útil que mirar las paredes en una habitación cuadrada donde no hay ni ventanas, de hecho, no necesitas oxígeno. Es como si fueras un robot. Me pregunto cuánto tiempo estuvo encerrado aquí, en cierta manera, me rompe el alma, nadie se merecería vivir de esa forma. Ni siquiera yo.

Recuerdo que, en los últimos momentos en los que pude ver al elfo, me pude ver a mí mismo, se transformó en mí, pude ver cómo su piel se deshacía, cómo cerraba el libro y lo guardaba en el fondo del armario para deshacerse de la amenaza que podría ser que yo saliera de él. Supongo que me he preguntado durante este tiempo que he estado aquí, si él ha sido bueno con mamá, si ella ha notado la diferencia, si se ha dado cuenta de que hace la cama y yo nunca la hacía, si está siendo mejor hijo que yo, si ha pensado que quizá le han cambiado al niño de sus ojos por otro que ella no conoce, me he preguntado si va a venir a buscarme alguna vez, si será capaz de tragarse su paripé. No puedo evitar que me carcoman estas preguntas, que me intriguen, que me creen ansiedad o me vuelvan un poco loco, ni siquiera sé cuánto tiempo ha pasado o si pasará mucho más, la incertidumbre es el mayor enemigo del hombre, sin duda.

Un futuro encerrado:

Definitivamente, estoy en una cárcel. Supongo que el elfo no debió ser muy bueno con sus amigos y familia si tuvieron que deshacerse de él así. Este es mi hogar por ahora, hasta que alguien abra el libro y pueda salir de nuevo. De lo que no estoy seguro es de si debería meter a alguien dentro, a cualquiera que me encuentre para poder estar fuera, una especie de sacrificio, una esencia por otra. Si fuera así, no podría hacerlo ni aunque quisiera. Pero bueno, al fin y al cabo, son preguntas sin respuesta.

He de aceptar la idea de que no hay salida, no se pueden derrumbar los muros que crean la habitación, dudo incluso de que haya algo alrededor de ellos, es demasiado silencioso. Dejando de intentarlo, dejo de frustrarme, de volver a una vida que indudablemente me pertenece, dejo de enfadarme porque no tengo nada que leer, tampoco wi-fi, lo cual, es una pena, podría entretenerme con algo más que conmigo mismo, suelo hablar solo y no sé si eso es algo normal. Supongo que algún día lo sabré. O puede que no. No hay nada seguro aquí, tampoco ahí fuera, solo cabe esperar sin desesperar.


Publicado en Personajes

Ginger: La que Cae del Precipicio

Relato procedente: «El precipicio«. Edad: 28 años.

Ciudad: Norwich. Profesión: Periodista..

Descripción física:

Mi cabello es de color castaño oscuro, con un toque más claro en las puntas. Mis ojos son verdosos con matices de color miel. Mis labios son gruesos y mi piel algo pálida. Soy bastante esbelta, aunque no he tenido siempre el mismo peso. Me gusta utilizar vestidos largos, los cortos no me gustan mucho, soy más de uniforme para ir a la oficina y de vaqueros para salir a alguna fiesta informal, acompañados de unos zapatos cómodos, en cualquier ámbito, a excepción de cuando estoy entre naturaleza, ahí es donde prefiero ir descalza.

Descripción de la personalidad:

Siempre me han identificado como una persona bastante segura de sí misma, que da confianza y seguridad, amante de la naturaleza y de los momentos de tranquilidad. Creo que es una buena descripción. También soy justa cuando debo, me gusta poner límites a los demás cuando es necesario y no responder al teléfono en mis días libres. Por supuesto, también hay cosas que me molestan como los ruidos más o menos fuertes o esas horas estresantes de oficina donde no puedes ni tomarte un café tranquila. Me encanta enamorarme, tener citas a ciegas y soy una amante incondicional de la lectura.

Una infancia evitativa:

No todos los niños han tenido suerte. No todos han tenido una infancia perfecta, como muchos pueden creer. La mía no fue mala pero tampoco buena, solo tuve que aguantar un poco hasta poder independizarme. Mi madre era bastante estricta, calculaba mis horas para hacer las tareas minuto a minuto, las horas de colegio eran sagradas, no podía ponerme enferma ni un día y debía de ser la hija perfecta, mientras mi padre solía estar bastante ausente, casi no le veía. Traté de adaptarme durante un tiempo, creo que llegué a convertirme en muy buena actriz, pretendiendo que estaba de acuerdo en todo, era buena niña, no me quejaba de nada y seguía las normas, mientras en mis días libres hacía lo que quería a sus espaldas, siempre calculando mis horas e intentando que no se enteraran. Y nunca lo hacían.

Eran de los típicos padres que no saben nada de sus hijos. Es lo que normalmente sucede cuando tratas de ser otra persona para mantenerlos contentos y mientras no creas conflictos. Entre ellos, solían discutir a menudo, por cualquier estupidez pero yo solo cerraba la puerta, me ponía los cascos con la música bien alta y me leía cualquier libro interesante que esperaba en la librería a ser leído. Solía guardar todos mis discos, cómics, incluso ropa, en un apartado del armario donde ni siquiera ellos sabían que existía y cuando estaban alrededor, ponía música pop flojita para que no supieran que era un poco más fanática del rock clásico y me gustaba llevar Doctor Martens. A veces, era un poco difícil de disimular, pero lo llevaba bastante bien, era el plan más seguro, al menos, hasta que saliera definitivamente de casa con el billete a la Universidad.

Solitaria y entre naturalerza:

Sí que tenía algunas amigas en el instituto pero normalmente, solo quedaba con ellas para estudiar, no solía hablar de chicos con ellas o sobre qué tipo de coche me gustaría que mi novio inexistente condujera, eran conversaciones un tanto simples. Pero lo que no hacía era quedar con ellas para ir a tomar un helado o a la playa a tomar el sol, no me salía de forma natural, aunque sí las invitaba a los cumpleaños que organizaba mi madre para que no pensara que no tenía amigas o que trataba de evitar a la gente, podría hasta pensar que era antisocial. Lo que más me gustaba era llevarme un libro conmigo y leer debajo de un árbol, mientras el viento chocaba contra mi piel y me hacía formar parte. Recargaba las pilas, tanto que solía ir cuando no había nadie en casa, cuando habían salido a cenar o cuando iban al trabajo, algunas veces, reconozco que no fui a clase por la mañana para poder disfrutar del sol.

Siempre me consideré un tanto solitaria. Estaba rodeada de gente pero no me importaba demasiado, he ido la mayor parte de las veces, a donde las circunstancias me han llevado, sin contar con nadie, solo conmigo misma. No me he avergonzado pero tampoco lo he contado, lo he sentido pero no lo he murmurado, lo he sabido pero no lo he compartido, no lo he visto necesario.

La Universidad y la única salida:

Es verdad que utilicé la Universidad para salir de mi casa. Estudiar periodismo no fue una de mis prioridades y tampoco es que creyera demasiado en ello, pero al menos, vivía relativamente sola, no tenía a mi madre pegada como una lapa y mi padre no me llamaba tanto, era como tener mi mundo privado donde sabía que nadie podría tocarlo. Me dio la oportunidad de abrirme un poco con personas que tenían experiencias similares o que le gustaban las mismas cosas, fui asignada al periódico de la facultad y a un par de clubs de lectura.

Y sí, era mi única salida. Mi madre tenía muchas cosas planeadas para mí pero no eran para nada las que yo tenía planeadas para mí, de hecho, nunca supe que conseguí un trabajo a media jornada en la librería de la Universidad, o que salí con un par de chicos con los que me acostaba de vez en cuando, se hubiera puesto las manos en la cabeza. Pero estar alejada, me daba la oportunidad de desarrollar mi privacidad y de conocer esos aspectos de mí que no podía conocer en un ambiente tan limitado como el que tenía en casa.

La niña del precipicio:

Llevaba trabajando unos cuatro años para el periódico. No era de los más famosos de la ciudad, tampoco el peor, pero estaba bien. Me pagaban lo suficiente para poder vivir, tenía un pisito alquilado a las afueras y tenía la oportunidad de dar largos paseos por un pequeño bosque que había cerca. Me encantaba llegar hasta el precipicio, sentarme allí, dejar las piernas caer al vacío estando descalza, sentir el viento en la cara y mi cabello ondeando al mismo tiempo. Hacía como unas tres semanas que no había podido ir, estaba hasta arriba de trabajo y necesitaba un respiro, necesitaba aire. Me ausenté del trabajo, sabiendo que a mi jefe no le gustaría nada pero no podía manejar tanto nivel de estrés sin salir a despejar la mente.

Mientras disfrutaba del momento, notaba que una mano pequeña y helada, agarraba mi mano. Cuando miré hacia abajo, me di cuenta de que era una niña. He de reconocer que me dio un escalofrío al verla aparecer así, de la nada pero solo quería encontrar a su padre. Me mostró no sé cómo qué le hizo a su madre y por qué trataba de encontrarle, estaba segura de que yo sabía dónde estaba. El problema es que no tenía ni la menor idea. Me di cuenta de que conforme se acercaba más a mí, un tanto enfadada, con esa sonrisa maliciosa, clavando los ojos en mí, el cielo más se oscurecía, mi mente más se ensombrecía de pensamientos oscuros que ni yo sabía de dónde salían. Quizá creyó que era su madre, quizá fue ella quien la mató, ni siquiera ahora lo sé, pero tuve tantas sensaciones diferentes y extrañas durante esos últimos momentos que no sabría describirlo con exactitud. Me tiró al suelo sin mucho esfuerzo, se acercó a mí, podía oírla respirar, podía notar su cuerpo muy cerca del mío, cortándome el cuello con un cuchillo y lanzándome al vacío por el acantilado. Me fui apagando como un interruptor, mientras oía su risa cada vez más alta, estridente y molesta.

Un futuro al otro lado:

No sé si hay exactamente un otro lado, pero quizá es desde donde hablo ahora mismo. No fue una despedida agradable de la vida que tenía, del mundo en general. A decir verdad, no pude decir adiós, dejar todo en su sitio, pero eso es la vida también, ¿verdad? Las sorpresas, buenas y malas, cosas que no puedes evitar aunque quieras, tuvieron que pasar y no tenemos ni voz ni voto. Quizá ocurrió porque fui la que estaba allí. ¿Tuvo un toque sobrenatural extraño y espeluznante? Sin duda. Pero no podría explicarlo. Simplemente, ocurrió y ahora he de saber cómo vivir en el otro lado, si es que logro llegar a descansar algún día. He pensado mucho en eso que dicen de «estar en paz», de cerrar todo lo de tu pasado para seguir adelante, y creo que jamás he podido estar más en paz, sin responsabilidades, conflictos innecesarios o estrés contenido, ya no estoy obligada a decir cosas que no diría normalmente, tampoco me obligo a ser quién no soy, creo que es la primera vez que veo la luz al final del túnel, pero no en la vida real.

Toda historia tiene un final, y este es sin duda, el mío. Alguien será el siguiente, la muerte no espera, la vida se enreda pero siempre llega el momento de dejarla atrás, por mucho que tengas, por menos que necesites, por mucho que vivas con lo suficiente y básico. Siempre te perseguirá para cazarte, es mejor vivir con ello cuando ocurre y hacer del otro lado, un futuro diferente aunque incierto.


Publicado en Personajes

El Miedo: Esperando Fuera

Relato procedente: «La Sombra ha Salido«. Edad: 28 años.

Ciudad: La Mente. Profesión: Desconocida.

Descripción física:

Tengo una estatura más bien baja, de piel clara, con ojos negros y mirada profunda, labios carnosos y voz acompasada, suelo tener las manos frías. Mi cabello es de color negro y suelo vestir con un mono raído separado por un cinturón negro atado un poco más alto de la cintura, suelo ir descalzo, con los pies y las piernas algo sucias debido a la mugre de las celdas.

Descripción de la personalidad:

Soy todo lo que un huésped humano podría desear para sobrevivir, hago resurgir de ellos mismos las ganas de huir, la supervivencia, despierto la ira y el rencor, el enfado cuando alguien está asustado. Soy ese temor que notan a la altura del pecho, que les hace temblar y creer que algo malo va a ocurrir, soy todo lo que soñaron que no podría existir, estoy en la oscuridad pero también en el dolor y la pérdida, porque siempre hay algo que temer, siempre hay algo que les da miedo, me alimento de ello y les doy energía para que sigan luchando para evitarlo, de alguna manera. Muchos me desprecian y lo entiendo, puedo ser muy molesto.

Puertas abiertas:

He estado dentro de este huésped durante 28 años, conozco todas sus fobias, las he hecho resurgir mil veces. Pero poco a poco, las ha ido superando, a veces con ayuda, otras veces, simplemente, ha dejado de pensar en ello. Su proceso ha sido sorprendente, le doy crédito, me ha hecho frente y se ha hecho más fuerte, dejándome en el banquillo por mucho tiempo y no creo que salga con tanta facilidad, muchas veces, tengo que resistirme tanto que me agoto antes de abrir la puerta de la celda. A mí y a muchos, nos mantiene a raya, por eso no esperaba que las puertas de las celdas se abrieran. Al menos, la mía lo hizo.

No podía creer que lo hubiera hecho, el huésped no era alguien fácil de manipular, era valiente y decidido, fuerte, le gustaba combatir cualquier cosa. Así que, no podía ser que yo estuviera fuera. Otra cosa curiosa, fue darme cuenta de que el pasillo de las celdas estaba totalmente a oscuras, no había ni una sola luz que lo iluminara, algo que normalmente no ocurría, el huésped nos mantenía retenidos y vigilados en todo momento, no quería que nadie saliera sin su permiso. Así que, ¿por qué apagaría las luces? Fui caminando hasta el principio del pasillo, a tientas, hasta llegar a un muro donde se podía ver el centro del lugar, frente a unas escaleras iluminadas. Ni siquiera podía ver el pasillo de celdas que había al otro lado.

La Sombra había salido:

La Sombra era el ser más malvado y perturbador de todo el lugar. El huésped lo mantenía encerrado en una celda diminuta, con doble cerradura y con unas puertas de acero impenetrables. Era exactamente su parte oscura, la que no mostraba a nadie, la que albergaba la mayor oscuridad que ninguno de nosotros podría imaginar. Era temido incluso por el huésped, le oíamos susurrar algunas palabras para mantenerlo siempre calmado, cada noche antes de irse a dormir, era casi rutinario, hasta podía dormirme escuchando esas palabras. Estas le debilitaban, era como si le descargara las pilas rápidamente.

Lo que me sorprendió fue que estuviera justo frente a las escaleras. ¿Cómo había salido? Era imposible que lo hiciera sin la ayuda del huésped. Le recuerdo sin cara, sin mirada, sin labios, hablaba telepáticamente, llevaba una gabardina negra con un traje negro debajo, odiaba las corbatas, así que, no llevaba. Sus zapatos estaban impolutos, como si no hubieran tocado la mugre de las celdas, bien peinado y dispuesto a subir al exterior y tomar el control del huésped. Algo estaría pasando allí fuera, no podía ser cierto que yo también hubiese sido liberado.

Los Liberados:

La Rabia, la Ira, La Envidia, Los Celos, La Tristeza, La Desesperación y La Razón, salieron de las celdas, liberadas al mismo tiempo. Estábamos separados y no es que nos lleváramos demasiado bien, todos teníamos nuestro trabajo dentro del huésped, nunca nos gustamos, pero tampoco competimos. Éramos visitados cuando nos necesitaba, eran pocos momentos, para unos minutos o quizá para un par de horas, era corto, limpio y silencioso, luego nos devolvía a nuestro sitio y nos volvía a encerrar, no teníamos libre circulación.

No me tropecé con ninguno de ellos, pero oí sus voces aquí y allá, mientras seguía observando a La Sombra. Sabía que todos le temían y harían lo posible para esconderse y que no les sintiera, aunque cierto es que las cosas quedaron más claras tiempo después, supimos cómo de avariciosa era La Sombra y cuánto de verdad quería salir de su encierro. Como si hubiera sido planeado, como si hubiera sido una posesión o una manipulación hacia el huésped, un auto sabotaje que él mismo no pudo controlar y su culpabilidad hizo que quisiera dejar que La Sombra saliera.

La Agresión:

Tuve la mala idea de acercarme un poco más para verla bien, así que, sintió mi esencia, supo que estaba cerca. Cerré los ojos con fuerza y traté de alejarme un poco pero, en cuanto me di cuenta, estaba casi encima de mí. Vi su cara sin rostro, pero sabía que disfrutaba con aquello, sabía que nos cazaría a todos como si fuéramos carnaza con la que jugar. Sacó un cuchillo de su manga y me rajó el cuello sin dilación, determinante, limpio, seco. Eso hizo que me mandara a la celda y que se cerrara con llave rápidamente. Di tantos golpes como me fue posible, necesitaba que alguien me oyera, quería que me sacara de allí. Pero quizá el huésped no necesitaría al miedo para aceptar a La Sombra, tampoco a ninguna de las otras, quizá no quería sentir nada y para eso la necesitaba.

Eran muchos quizá, probabilidades cercanas pero las cuales solo podía imaginar. Tal como había salido de la celda había vuelto a entrar, obviamente, no estaba muerto, nadie podía morir allí abajo, ¿te imaginas matar al miedo? Menuda comedia, nos reiríamos a gusto. Supe que La Sombra subió las escaleras en cuanto todo se quedó a oscuras por completo, ni siquiera podíamos ver nada en nuestras celdas, nos inundó la completa oscuridad, el huésped ya no tenía el control.

Un futuro incierto:

Que el huésped no quiera sentir nada por ahora, no quiere decir que nunca quiera sentirlo, no sabemos cuándo volverá a salir y a tomar posesión de su cuerpo, nuevamente. Supongo que hay veces que es mejor sobrevivir a las circunstancias con los recursos que uno tiene antes que tratar de hacerlo a las buenas. Los humanos saben de emociones, yo solo me conozco a mí mismo. Nuestro futuro es incierto, lo único que sabemos es que La Sombra no quiere que aparezcamos, no quiere que hagamos sentir al huésped protegido por ninguna emoción, por nada que le haga latir su corazón con algo más que con oscuridad.

Quizá todo se desmorone o puede que todo se arregle en cuestión de días, hay infiernos que encuentran su balance tan pronto que ni te das cuenta de que era el infierno. Supongo que la positividad no es lo mío. Lo único que me queda es sentarme en un rincón de mi celda y esperar a que todo pase, quizá no se me requiera, o quizá sí, ya veremos. Por ahora, hay que cerrar los ojos y dejar que las luces se vuelvan a encender cuando el huésped esté preparado.