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Raelynn: La que se marchita

Relato procedente: «Volátil«. Edad: 86 años.

Ciudad: Seattle. Profesión: Pensionista.

Descripción física:

Su cabello es canoso y frágil, un tanto largo, recogido en una coleta. Sus ojos son grisáceos, caídos, rodeados de arrugas, con una desesperanza que se podía entrever en ellos. Sus labios finos denotan rigidez, siempre apretados, tratando de no mostrar su falta de dientes. Su piel es suave, debido al delicado cuidado que le sirven. Su cuerpo es muy esbelto, débil, inconsistente, tembloroso, adornado con vestidos anchos y un tanto largos que le llegan hasta más abajo de las rodillas, a veces, con estampados de flores, otras con colores opacos.

Descripción de la personalidad:

Siempre ha demostrado fortaleza en su carácter, ha sido un poco solitaria pero adora a sus dos nietos, ha sido una mujer muy risueña, de gran talante, hacendosa, interesada por todos los que la rodeaban y muy servicial. Lo que se ve ahora en ella es una falta de vitalidad constante, un sentimiento de abatimiento, de dejarse llevar, de entender su situación y no oponerse a ella, se deja cuidar, no se queja nunca y sigue teniendo ganas de despertar cada mañana, aunque la sensación de que su vida se deslice de sus manos tan rápidamente, persista en el tiempo y la haga reconsiderar muchas de las cosas que antes no consideraba.

Una infancia complicada:

Era una niña muy inquieta, que se pasaba el día jugando fuera a la pelota con sus compañeros de clase. Aunque le pegaran en el colegio, ella nunca decía nada, ni siquiera quería que sus profesores se enterasen, era algo que le ocurría a Raelynn y a nadie más, era una niña que sabía que sus padres estaban demasiado ocupados trabajando en el campo como para prestarle la atención que necesitaba, no quería molestarles ni crear complicados conflictos con ellos y otros padres. Siempre había sido muy callada, le gustaba mucho estudiar y se guardaba las cosas. No le importaba tener poco, sus padres siempre habían sido humildes y tenían lo suficiente para llevarse a la boca, no vivía las mejores de las circunstancias, pero estaba feliz con lo poco que podía permitirse.

Era hija única y su familia siempre había estado con ella hasta los nueve años, cuando el trabajo era más demandante y el dinero escaseaba, no ganaban mucho, comían lo que podían proporcionarse, incluso, repetían comidas o no hacían algunas para poder ahorrar. Sabían muy bien que su hija tenía necesidades, sabían que estaba estudiando y debía ser aplicada, pero no tenían tiempo de estar encima de ella todo el tiempo para que hiciera lo que ellos sabían que debía hacer. Siempre había sido aplicada e independiente, no muy confiada y una niña con recursos, no necesitaba mucho de su alrededor, era introvertida y respondía bien a los estímulos sociales cuando surgían.

Una adolescencia marcada:

Las cosas empezaron a torcerse cuando su padre empezó a beber y su madre era la única que seguía trabajando. Raelynn ya iba al instituto y tenía poco tiempo para socializar, le gustaba mucho estudiar y era muy autoexigente, no le gustaba que nadie fuese detrás de ella para hacer los deberes, ella misma tenía sus horarios y fechas de entrega para llevarlo todo al día. Lo que la llevaba al borde muchas veces, era esa necesidad de conectar que no solía tener muy a menudo o ese constante perfeccionismo que la llevaba a enfadarse consigo misma cuando algo no le salía como lo había planeado.

No era como los demás, al menos, así se veía ella. Su madre siempre le había inculcado que lo era y no debía preocuparse por nada, pero se había visto diferente, desde su aspecto a su forma de caminar o vestir, sabía cómo desenvolverse bien con otros pero no eran ambientes donde ella se sintiese tan atraída como debiera sentirse. No solo se daba cuenta ella, los demás la señalaban por cosas que incluso Raelynn se sentía insegura sobre sí misma o no tenía tanta confianza en ellas como para ponerse delante de otra gente. Esto a Raelynn le costó de aceptar, aunque tuvo que mantener la cabeza bien alta y sacar pecho entre los pasillos del instituto, fingiendo que no le afectaba nada, fingiendo que no tenía nada que ver con ella, mostrando una sonrisa de oreja a oreja y encontrándose con profesores que podrían apoyarla pero con los que ella no se sentía cómoda abriéndose. Prefería manejarlo ella sola. Esto la llevó a correr por los pasillos, almorzar sentada en los váteres, escondiéndose de cualquiera que cruzara por allí, en especial, los que la acosaban o se reían de ella entre clase y clase. Ella nunca insultó a nadie, nunca levantó la voz, nunca trató de defenderse, solo quería estar sola, leyendo un libro apoyada en un árbol en los descansos.

Independencia y curiosidad por lo desconocido:

Dado que fue una chica que nunca quiso enamorarse o tener ninguna relación personal que pudiera nublar el futuro que ya había planeado, decidió probar suerte y viajar por todos los países que pudiese para conocer las culturas y tradiciones que se encontrara, en cada uno de ellos se paraba unos meses y trabajaba, para así poder pagar un hotel barato o un hostal donde pudiera quedarse, le encantaba tener una vida de mochilera, totalmente independiente y fuera de todo radar. Para sus padres fue duro que se fuera de casa, pero entre lágrimas, lograron aceptarlo. Poco a poco, fue abriéndose paso a nuevas cosas, a gente que quería conocer, a momentos que quería vivir, a situaciones que experimentar, a muchas cosas que por fin quería ver y disfrutar como alguien más apasionado por todo aquello que no había visto nunca y estaba dispuesta a ver.

Siempre había sido una apasionada de los idiomas, de la forma en la que otros vivían, de la forma en la que hablaban, de la forma en la que reían, quería pertenecer a sus bromas, a sus culturas y formas de ser, tenía una avidez importante a todo aquello que fuera diferente a lo que ella había conocido. Viajaba sin parar y solo volvía a casa por Navidad y en verano para pasar unas semanas con sus padres, traía comida tradicional de sitios de donde ella había viajado por última vez y se lo llevaba para que pudieran probar esa cantidad de sabores diferentes que ella había sido capaz de probar. Estuvo así una gran parte de su vida, llegando a sus sesenta años, siendo una mujer mucho más sabia y con ganas de escribir todo aquello que le había acontecido viajando durante tanto tiempo.

Cuando se volatiliza:

Raelynn empieza a notarse cada vez más frágil, sin agilidad, sin empuje para seguir viajando, por lo que, decide retirarse a una residencia de ancianos lo suficientemente acomodada como para saber que la van a cuidar bien, que le van a dar las atenciones necesarias para su retirada de la vida rutinaria y casi ajetreada que había estado teniendo, necesitaba un descanso de todo ello, después de largos años de descubrir lo desconocido y de haber estado con tanta gente maravillosa y agradable con la que en ese momento no tenía tanta relación pero de la que guardaba bonitos recuerdos.

Consigue una habitación donde puede ver el precioso bosque que rodea la residencia, por el cual, es capaz de verlo por una ventana que da a él, dejándola totalmente hipnotizada y envuelta en ese sonido que hacen las hojas al tocarse entre ellas, en el movimiento de las olas más allá de los árboles y ese titilar de sus memorias desvaneciéndose poco a poco, Raelynn sabía que su cuerpo se iba marchitando, que sus ojos se iban cayendo cada vez más, que su cuerpo empezaba a pesar, que su piel se arrugaba, que sus ganas de ver mundo dejaban de estar presentes, dejaban de encontrarse con ella, esa esperanza de volver a ser joven y volver a vivirlo todo otra vez.

Un futuro desvaneciéndose:

Durante este tiempo, Raelynn va a permanecer en el lugar que ya conoce, rodeada de gente que pertenece a su círculo, reconocida por aquellos que la visitan, recordando aquello que ha vivido y ha tenido tan presente en los viajes, todas las lecciones aprendidas, todos los momentos en los que ha aparecido en la vida de alguien para formar parte o para, simplemente, estar presente. Todo ello, se va desvaneciendo a través de su mirada, mientras su sonrisa se suelta, quedándose hipnotizada al ver el viento mover las hojas, al oír las olas del océano moverse con ímpetu. Sabe que va a terminar marchitándose poco a poco, dejando de pertenecer a este mundo, soltándose, dejándose llevar por el tiempo, encontrándose consigo misma al otro lado del espejo.