
Relato procedente: «Para matar el Amor«. Edad: 36 años.
Ciudad: Texas. Profesión: Investigador Privado.
Descripción física:
Mi cabello es corto por los lados y algo más largo por la parte de delante, de un color castaño con matices rubios. Mis ojos son verdosos, mis labios finos y mi tez un tanto pálida. Soy de complexión delgada y suelo llevar puesta una sudadera de algún tono oscuro, no muy llamativa, vaqueros por lo general y unas converse o vans de un color que combine con la parte de arriba, no suelo complicarme demasiado, creo que visto igual que cuando tenía veinte.
Descripción de la personalidad:
Dicen que soy bastante concienzudo, obstinado quizá, pero persistente. Creo en lo que creo a pies juntillas, aunque nadie más lo haga, voy a por todo. Siempre he sido un tipo bastante serio quizá, no me he ligado mucho emocionalmente, exceptuando a mi ex mujer. No me ha gustado predecir un futuro que aún no ha llegado, ella siempre decía que yo era un cínico, negativo, pero prefiero definirme como alguien realista. Adoro investigar, sacar toda la porquería que pueda encontrar de cualquiera, porque ahí es donde residen las mentiras, la falta de fe, las constantes faltas de respeto a uno mismo. Me dicen mucho que veo a la gente, de una manera que otros no pueden verla, para mí el mundo es transparente ante mis ojos, nunca traslúcido.
Una infancia caótica:
Mis padres se separaron cuando yo tenía siete años. Nadie pensó que el divorcio fuera a afectarme de la forma en que lo hizo, ni mucho menos, yo era un niño normal. Solía salir con mis amigos, participar en las excursiones, hablaba con todo el mundo en el colegio y hasta me gustaba hacer deporte, incluso, mamá no tenía que obligarme a hacer actividades extracurriculares porque me apuntaba yo mismo. Pero algo se rompió en mí cuando papá salió por la puerta con una maleta y no volvió más. No recibí una llamada o un mensaje, mamá dejó de hablar de él. El ambiente en casa se volvió silencioso, tanto que llegaba a doler. Sabía que ella se escondía en el baño para llorar, supuse que le echaba de menos, pero jamás me lo dijo, solía sonreír de esa forma tan dulce en la que lo hacía.
Mamá no podía llegar a todo, ni siquiera podía pagar todas las facturas. La veía siempre estresada, calculando, tratando de esconderlo de mí, cuando yo siempre sabía que algo iba mal, la conocía más que ella misma. No quería molestarla, era un tornado de emociones que ocultaba constantemente, estaba preocupaba, las veinticuatro horas, no dormía bien aunque lo intentaba, nunca lo dijo, pero lo supe. Con el tiempo, ni siquiera yo podía dormir. Pensando en ella, pensando en todo. Nunca se lo dije, lo escondí, quizá era mejor que ella haciéndolo, o puede que yo también fuera un experto en pretender que todo iba bien, pero lo cierto era que empecé a dejar de sentirme motivado en clase, a sacar buenas notas, a atender o a hacer los deberes, a ir a las actividades extracurriculares a las que me había apuntado, dejé de interesarme por los deportes y dejé de hablar con mis compañeros. De un día para otro, simplemente, desaparecí.
Una adolescencia aislada:
Supongo que todos los adolescentes tenemos nuestras cosas en esta etapa. Se suponía que las cosas iban a mejorar, pero no lo hicieron. Tuvimos que mudarnos porque mi madre ya no podía pagar la casa, papá seguía sin dar señales de vida y, al parecer, no le pagaba la pensión, estaba quemada, siempre enfadada e irritable. Me aislaba, constantemente, dejé de interesarme por todo, aunque solo tenía una cosa en mente y era ser detective privado. Estaba obsesionado con ello, siempre me gustó mucho investigar y las películas de crímenes me llevaban a obsesionarme con esto de alguna forma. Me encerraba en mi cuarto y me pasaba horas leyendo, viendo documentales y películas yo solo, interesado en todo lo relacionado. Me apasionaba, pero nunca lo dije en voz alta, tampoco el hecho de que había encontrado mi vocación, mi madre siempre quiso que fuese médico y no quería asustarla o que le diese un infarto.
Al cambiarme de instituto, no veía caras conocidas alrededor. Solía ir solo a todas partes, evadir los comentarios estúpidos y ponerme los cascos con la música a toda leche. Dejé de querer encajar, de ser aceptado, que todo el mundo me viese con buenos ojos y dejara de ser el nuevo. Creo que me acoplé bastante bien a ser uno de los repudiados de clase y quizá del instituto, lo que me salvó fue el no decir nada en absoluto, dejarles hablar, viéndoles morirse de odio por dentro al ver que no reaccionaba a sus tonterías. En esta época, quizá al final, es cuando conocí a Abbey.
Abbey, un primer amor profundo:
¿Sabes este amor adolescente y estúpido que te lleva a hacer un montón de tonterías? Así empezamos. Imagínate a una preciosa joven, con un cabello dorado casi anaranjado, unas mejillas coloradas, unos ojos grises intensos y penetrantes y un cuerpo esbelto, con unas curvas que irradiaban perfección. Aunque, si os soy sincero, lo que más me enamoró de ella, fue su sonrisa. Estábamos en último curso y se sentó en la mesa de al lado, pegada a la ventana, Abbey fue la razón por la que la gente dejó de llamarme «el nuevo» para llamárselo a ella. Se me cortaba la respiración cada vez que la veía, desde el primer día que empezamos a hablar, tenía algo especial que no se despegaba de debajo de mi piel, algo que me atraía tanto que sabía que no me dejaría escapar por mucho que lo intentara.
Empezamos a salir justo ese mismo verano, seguimos en el Bachillerato hasta la Universidad y continuamos juntos incluso cuando empezamos cada uno nuestras carreras profesionales. Mi madre nos ayudó a establecernos, ella sabía que algún día yo iba a salir de casa e iba a querer vivir con ella, Abbey prácticamente, era de la familia, mi madre la quería como a una hija. Nos casamos y estábamos planteándonos tener un renacuajo. Durante ese tiempo, me sentía diferente, distante, enfadado, frustrado con la vida, con mi padre, con el mundo. Quizá siempre lo había llevado bien, pero ese fue el momento de explotar, y un error llevó al otro. Una noche, terminé tan borracho, que me acosté con la chica que me servía el café por las mañanas en la cafetería de al lado de mi oficina. No tengo ni idea de por qué lo hice, ni de qué cable se me debió cruzar para hacerle eso a Abbey.
Así como soy yo, no pude retenerlo dentro del pecho, tuve que contárselo con la disculpa consiguiente, me empezaba a reconcomer por dentro. Pero creía, de alguna manera, que Abbey y yo podríamos superarlo, éramos nosotros dos contra el mundo, ¿qué era lo que no podríamos hacer juntos? Habíamos jurado en los votos estar para lo bueno y para lo malo y eso era algo muy malo que debíamos resolver, comentar, perdonar. Abbey no lo hizo. Lo intentó, pero no pudo hacerlo. Empezó a mirarme de otra forma, no quería que la tocase, se distanciaba de mí, me rehuía, evadía hablar de ello, actuaba como si no hubiese pasado en la superficie pero había un mundo ocurriendo en el fondo del que yo, por supuesto, no sabía nada.
Al cabo de un par de meses, se fue de casa y dejó los papeles del divorcio encima de la mesa del comedor para que los firmara. Me rompió todos los esquemas. Pensé que podríamos superarlo y que el amor lo podría todo. Pero ya hacía tiempo que nos había abandonado, de una forma descarada y egoísta. Me pudo el odio, la ira, la frustración hacia lo que creía era un ente cósmico al que quería destruir, vengarme, dejarlo al descubierto para que todo el mundo pudiese ver la farsa que era, para que todo el mundo dejara de creer en ello, para que yo dejara de tener fe en algo inexistente, en algo que podía no ser de este mundo.
Encontrando el Amor:
Puede sonar romántico, pero no lo fue. Esto no significa que me fui a buscar el amor a cualquier otro sitio lejos de Abbey sino que fui a buscar a ese endemoniado ente cósmico que había mandado al cuerno nuestro relación. Estaba ciego de dolor, de desesperanza, estaba encadenándome a un acto desesperado de terminar con lo que creía era la mayor mentira jamás contada, un complot lleno de basura barata que nos habían contado en la televisión, nuestros padres y gente cercana, con esa frase estúpida de «el amor nunca se acaba si dos personas se quieren de verdad». Estaba roto por dentro, para mí eso era palabrería.
Siendo detective privado, he tenido acceso a muchos archivos confidenciales. Me tiré años estudiando, yendo tras una mujer que no parecía del todo el Amor pero se comportaba como tal. Conseguí encontrar las zonas donde más enamoramientos hubo y donde más corazones rotos dejó atrás hasta dar con ella, hasta dar con el ser al que más odiaba del mundo. Cargué el arma y me la llevé conmigo, determinante a hacer lo que debía, por mí, por Abbey, por toda aquella gente que creía inocentemente que existía tal cosa. La seguí por una calle concurrida, su cabello pelirrojo ondeaba al viento, su precioso vestido blanco pegado al cuerpo, andando con absoluta felicidad. Entró en un edificio, la seguí hasta su puerta. Resulta que me dejó entrar, sin ni siquiera pedirlo, como si me estuviera esperando, aunque eso nunca me lo dijo.
Sentí que el pecho me palpitaba muy rápido, que la rabia me iba consumiendo al tenerla delante y ver cómo se eximia de toda culpa y responsabilidad al dejarnos a Abbey y a mí desprovistos de lo que sentíamos, abandonados por ella, dejados a nuestra suerte que, a decir verdad, no era ninguna. Me harté de escucharla. Su voz resonaba en mis oídos como las uñas rasgando una pizarra, era ensordecedor, molesto, inquietante. Dos balas penetraron en su frente y su pecho, algo que, finalmente, me trajo una sensación de paz absoluta. Por fin, el Amor había dejado de existir, para mí y para todos aquellos que habían sufrido a su costa.
Un futuro de recuperación:
Sé que Abbey nunca me perdonará y yo no quiero volver a estar con nadie más, no quiero volver a sentirme así, dolido, desesperado, frustrado, roto… es una sensación horrible. Ella ha recuperado su vida con otra persona, no puedo hacer nada, supongo que es feliz así, supongo que no me merezco ni que me dirija la palabra, lo que hice no tiene nombre. Creo que empezaré a recuperar el tiempo perdido con mi negocio, investigando, cazando a tipos malos con una preciosa cámara sujeta con ambas manos, trataré de volver a ser yo mismo.
Esto no significa que no vaya a echarla de menos o que, simplemente, vaya a hacer borrón y cuenta nueva, porque no, eso no es posible. Lo que está roto, ya no se puede arreglar. Se queda así, lleno de cicatrices, molesto, desesperanzado, alejado de todo lo que lleve el nombre de relación. Quizá soy un tanto negativo o sueno así pero, no vale la pena invertir tiempo en algo que puede que no vaya a durar, sería como regar una planta que ya está muerta.
Quizá nunca olvide lo que sentí por ella, las risas, las bromas, las películas que vimos juntos, las noches en las que nos pasábamos hablando todo el tiempo cerca de la orilla del mar, las tardes de domingo acostados en la cama contándonos qué tal nos había ido la semana, cuando veía su sonrisa al traerle el desayuno por la mañana… Nada de eso se borra, se queda grabado. Te marca para siempre, te deja atorado, incapaz de volver a vivirlo, te paraliza hasta que te deja sin respiración. Al menos, si me recupero de esto, podré tener una relación infinita conmigo mismo, sin limitaciones, discusiones absurdas o condiciones que nadie va a cumplir, al menos, conmigo sé que estoy y siempre estaré a salvo.