Publicado en Personajes

Silva: La que se siente atrapada

Relato procedente: «Mancha«. Edad: 28 años.

Ciudad: Seattle. Profesión: Artista.

Descripción física:

Mi cabello es de un color castaño oscuro, siempre recogido con un moño. Mis ojos del mismo color tienen tonos almendra, suelen estar algo hinchados, incómodos tras días de invisible sufrimiento. Mis labios finos, tiemblan, se mantienen prietos al estar frente a gente conocida, con la necesidad de ocultar lo que siento, queriendo desaparecer. Mi tez sigue siendo pálida, con mejillas rosadas y un cuerpo cada vez más esbelto, algo que me tiene inquieta, pero no suelo tener apetito como para comer más de lo que como ahora. No suelo salir mucho de casa, así que, me visto con el pijama o ropa de deporte, es cómoda para estar en la cama, es lo único que me apetece.

Descripción de la personalidad:

Me han dicho tantas cosas que no sabría por dónde empezar, pero depresiva es una de ellas, que no soy suficiente, que tiendo a tirar la toalla muy rápido, que no estoy conforme con nada, que soy una quejica y que me paso el día llorando en vez de ponerme a trabajar en algo que realmente me inspire, que estoy así porque quiero y solo me hago la víctima, que no debería estar echada en la cama tanto tiempo y que soy una vaga. He dejado de comprender, de saber qué cosas son verdad o no, de querer mirarme en el espejo y encontrar algo que no me hayan dicho ya, encontrar algo positivo que poder decir, pero creo que una cosa que diría sería: una mancha invisible que nadie mira, que nadie ve, que nadie comprende.

Una infancia adulta:

Sí, lo has leído bien y puede que sea algo confuso. ¿Cómo podría ser alguien una niña y adulta a la vez? Bueno, pues puede ser. Yo lo fui. No tenía tiempo para los estudios, estaba todo el tiempo ayudando en casa, tenía que hacer de madre, se pasaba el día borracha, no sabía cocinar, se quejaba todo el día, solo le apetecía tirarse en el sofá y encenderse la televisión, apestando a alcohol y con necesidad de una ducha caliente, al parecer, era yo quién debía decírselo y ni siquiera supe quién era mi padre, se marchó estando mi madre embarazada, así que, yo era la única ayuda en aquel sitio del demonio.

Gritos, desesperanza, soledad forzada, aislamiento social, vergüenza, colapso mental, unas notas que rozaban el aprobado, reventada llegadas las diez de la noche e insomnio constante. Vivía en alerta, esperando que mi madre hiciese alguna locura que no esperaba, que tras volver del colegio la viese desmayada o algo peor, que hubiese arrasado con todas las botellas de alcohol que habían en casa, que fuese tarde y todavía no se hubiese acostado o comido nada. Vivía entre preocupada por ella y odiándola por no ser capaz de cuidarse a sí misma, por no ser suficientemente responsable como para ocuparse de mí y de mis necesidades, solo era una niña.

Adolescencia rebelde:

Al no poder controlar la situación en casa, sobreviviendo con constante cansancio, ganas de dejarlo todo y desaparecer, de aburrimiento y sobre exigencia, empecé a ingerir sustancias, ir a fiestas, volver tarde a casa, borracha muchas veces, tratando de olvidar lo que ocurría, incluso, llegué a engancharme a los relajantes. Fue una época bastante mala, mi madre entró en rehabilitación varias veces, se escapó otras cuantas y no había forma de que pudiera comportarse como una mujer adulta que era. Sobrevivía porque empecé a trabajar de dependienta en un supermercado por las tardes después de clase, preparaba sus comidas, limpiaba y el poco tiempo que me quedaba, hacía deberes e intentaba dormir, a veces, ni la valeriana me hacía algo de efecto.

Me aislaba de todo el mundo porque no quería que nadie viese qué había detrás de esta cara tan agradable, me maquillaba bastante para que no me viesen las ojeras, trataba de mostrar algo más de cuerpo para intentar llamar la atención de otras formas que no fuera con mi vida personal o familiar, para todo el mundo, era una adolescente más, nada traumatizada, con unos padres normales y una vida personal y escolar ejemplar, de hecho, empecé a sacar mejores notas que cuando era más pequeña, a base de ahogarme trabajando y sacando horas de estudio en las que no dormía para conseguirlo. Acabé quemada, pero le importaba poco a nadie.

La mancha visible:

Durante mi edad adulta, empecé a sentirme constantemente fatigada, sin ganas de nada, con pensamientos muy oscuros, ideas suicidas, comportamientos asociales, sin motivación, sin inspiración, con una soledad buscada y, a la vez, odiada, sin ideas de futuro, constante abatimiento, desesperanza… Estaba experimentando algo que no había tenido nunca, y me dolía mucho, pero no era físico, para nada. Lo llamaron depresión. Una mancha que era invisible, no era un dolor que se viese a simple vista, pero era profundo y era una consecuencia de experiencias pasadas, era consecuencia de haber crecido demasiado pronto, viviendo estresada, siendo madre en vez de hija y sobreviviendo a una situación en la que no debería haber estado desde un primer momento.

La tristeza me embaucaba cada día, era profunda, me invadía a cada paso que daba y ni siquiera la ayuda psicológica me aliviaba. Para mí, era hablar por hablar y yo solo quería quitármelo de encima para seguir con mi vida. Pero eso no era tan sencillo. Hay gente que la tiene de una forma transitoria y otros muchos de nosotros, para siempre más o menos constante o visible, pero está ahí, persiguiéndote, colapsándote. Entre momentos de cama y de comer cualquier cosa, veía la tele. Entre esto y mirar por la ventana pensativa, encontraba fascinante la idea de tirarme. Entre esto y encontrar la forma de salir de mi cuarto, me sentía vacía. Todo lo que había vivido y lo que me habían estado diciendo, me había perforado por dentro, sin tener idea de cuán profundo podían doler las palabras y las acciones de otros, en este caso, las de mi madre.

Trataba de salir un rato, tomar el sol, olvidarlo. Pero no se puede olvidar un sentimiento, una fatiga física que te persigue, una presión en el pecho, una falta de aire, un sentimiento constante de que no perteneces a ningún sitio, de que eres invisible al ojo humano, de que no importas, de que debes ser ellos o no ser nadie. No, no se puede olvidar. Me ha servido para escribir letras para canciones que compongo, para transmutar lo que siento, para dejarme llevar un poco, sentada en la cama, escuchando mi voz, susurrando al aire y a la oscuridad que en mi cuarto habita, sin ayuda, sin una mano amiga, sin nadie que me susurre al oído que todo irá bien. Es una batalla perdida, ahora y siempre.

Un futuro de comprensión e introspección:

Supongo que, cuanto más lo vives, más capaz eres de comprenderlo, menos tratas de forzar lo contrario, menos tratas de escapar de ello. Supongo que el estar desconectado de uno mismo, el no sentirse parte, termina ayudándote a permanecer en soledad y verte tal y como eres, con esa parte oscura que hay que trabajar, con la que hay que sentirse más en contacto. Me aterra dedicarme a ella, desenterrar emociones, intentar no olvidar lo que he vivido, lo que he sentido, y aún así, permitirme el lujo de seguir así, forzando una sonrisa, intentando levantarme poco a poco, caminar alrededor de la cama y sentarme, no estando siempre acostada, llorar pero sin hacerlo tan a menudo, abrir la ventana y sentir el aire fresco chocar contra mi cara, aunque haya dejado de hacerme sentir segura.

Diría que, dentro de este compendio de emociones, hay una constante, y es el hecho de que no hay que dejarse embaucar por una mancha que aparece y desaparece a placer, que no hay que dejar de sentirlo pero tampoco derrumbarse por ello, los pensamientos son solo eso, pensamientos, no son todos reales, no son todos certeros y no hay que dejar que te pisen cada vez que sientes que algo cambia, que hay una pequeña lucecita al final del túnel. No siempre está, a veces, solo ves oscuridad, pero depende de qué quieras ver, aparecerá algo diferente. Vivir sin esperanza, te enseña que la mínima luz que aparezca es importante.