Publicado en Personajes

Ginger: La que Cae del Precipicio

Relato procedente: «El precipicio«. Edad: 28 años.

Ciudad: Norwich. Profesión: Periodista..

Descripción física:

Mi cabello es de color castaño oscuro, con un toque más claro en las puntas. Mis ojos son verdosos con matices de color miel. Mis labios son gruesos y mi piel algo pálida. Soy bastante esbelta, aunque no he tenido siempre el mismo peso. Me gusta utilizar vestidos largos, los cortos no me gustan mucho, soy más de uniforme para ir a la oficina y de vaqueros para salir a alguna fiesta informal, acompañados de unos zapatos cómodos, en cualquier ámbito, a excepción de cuando estoy entre naturaleza, ahí es donde prefiero ir descalza.

Descripción de la personalidad:

Siempre me han identificado como una persona bastante segura de sí misma, que da confianza y seguridad, amante de la naturaleza y de los momentos de tranquilidad. Creo que es una buena descripción. También soy justa cuando debo, me gusta poner límites a los demás cuando es necesario y no responder al teléfono en mis días libres. Por supuesto, también hay cosas que me molestan como los ruidos más o menos fuertes o esas horas estresantes de oficina donde no puedes ni tomarte un café tranquila. Me encanta enamorarme, tener citas a ciegas y soy una amante incondicional de la lectura.

Una infancia evitativa:

No todos los niños han tenido suerte. No todos han tenido una infancia perfecta, como muchos pueden creer. La mía no fue mala pero tampoco buena, solo tuve que aguantar un poco hasta poder independizarme. Mi madre era bastante estricta, calculaba mis horas para hacer las tareas minuto a minuto, las horas de colegio eran sagradas, no podía ponerme enferma ni un día y debía de ser la hija perfecta, mientras mi padre solía estar bastante ausente, casi no le veía. Traté de adaptarme durante un tiempo, creo que llegué a convertirme en muy buena actriz, pretendiendo que estaba de acuerdo en todo, era buena niña, no me quejaba de nada y seguía las normas, mientras en mis días libres hacía lo que quería a sus espaldas, siempre calculando mis horas e intentando que no se enteraran. Y nunca lo hacían.

Eran de los típicos padres que no saben nada de sus hijos. Es lo que normalmente sucede cuando tratas de ser otra persona para mantenerlos contentos y mientras no creas conflictos. Entre ellos, solían discutir a menudo, por cualquier estupidez pero yo solo cerraba la puerta, me ponía los cascos con la música bien alta y me leía cualquier libro interesante que esperaba en la librería a ser leído. Solía guardar todos mis discos, cómics, incluso ropa, en un apartado del armario donde ni siquiera ellos sabían que existía y cuando estaban alrededor, ponía música pop flojita para que no supieran que era un poco más fanática del rock clásico y me gustaba llevar Doctor Martens. A veces, era un poco difícil de disimular, pero lo llevaba bastante bien, era el plan más seguro, al menos, hasta que saliera definitivamente de casa con el billete a la Universidad.

Solitaria y entre naturalerza:

Sí que tenía algunas amigas en el instituto pero normalmente, solo quedaba con ellas para estudiar, no solía hablar de chicos con ellas o sobre qué tipo de coche me gustaría que mi novio inexistente condujera, eran conversaciones un tanto simples. Pero lo que no hacía era quedar con ellas para ir a tomar un helado o a la playa a tomar el sol, no me salía de forma natural, aunque sí las invitaba a los cumpleaños que organizaba mi madre para que no pensara que no tenía amigas o que trataba de evitar a la gente, podría hasta pensar que era antisocial. Lo que más me gustaba era llevarme un libro conmigo y leer debajo de un árbol, mientras el viento chocaba contra mi piel y me hacía formar parte. Recargaba las pilas, tanto que solía ir cuando no había nadie en casa, cuando habían salido a cenar o cuando iban al trabajo, algunas veces, reconozco que no fui a clase por la mañana para poder disfrutar del sol.

Siempre me consideré un tanto solitaria. Estaba rodeada de gente pero no me importaba demasiado, he ido la mayor parte de las veces, a donde las circunstancias me han llevado, sin contar con nadie, solo conmigo misma. No me he avergonzado pero tampoco lo he contado, lo he sentido pero no lo he murmurado, lo he sabido pero no lo he compartido, no lo he visto necesario.

La Universidad y la única salida:

Es verdad que utilicé la Universidad para salir de mi casa. Estudiar periodismo no fue una de mis prioridades y tampoco es que creyera demasiado en ello, pero al menos, vivía relativamente sola, no tenía a mi madre pegada como una lapa y mi padre no me llamaba tanto, era como tener mi mundo privado donde sabía que nadie podría tocarlo. Me dio la oportunidad de abrirme un poco con personas que tenían experiencias similares o que le gustaban las mismas cosas, fui asignada al periódico de la facultad y a un par de clubs de lectura.

Y sí, era mi única salida. Mi madre tenía muchas cosas planeadas para mí pero no eran para nada las que yo tenía planeadas para mí, de hecho, nunca supe que conseguí un trabajo a media jornada en la librería de la Universidad, o que salí con un par de chicos con los que me acostaba de vez en cuando, se hubiera puesto las manos en la cabeza. Pero estar alejada, me daba la oportunidad de desarrollar mi privacidad y de conocer esos aspectos de mí que no podía conocer en un ambiente tan limitado como el que tenía en casa.

La niña del precipicio:

Llevaba trabajando unos cuatro años para el periódico. No era de los más famosos de la ciudad, tampoco el peor, pero estaba bien. Me pagaban lo suficiente para poder vivir, tenía un pisito alquilado a las afueras y tenía la oportunidad de dar largos paseos por un pequeño bosque que había cerca. Me encantaba llegar hasta el precipicio, sentarme allí, dejar las piernas caer al vacío estando descalza, sentir el viento en la cara y mi cabello ondeando al mismo tiempo. Hacía como unas tres semanas que no había podido ir, estaba hasta arriba de trabajo y necesitaba un respiro, necesitaba aire. Me ausenté del trabajo, sabiendo que a mi jefe no le gustaría nada pero no podía manejar tanto nivel de estrés sin salir a despejar la mente.

Mientras disfrutaba del momento, notaba que una mano pequeña y helada, agarraba mi mano. Cuando miré hacia abajo, me di cuenta de que era una niña. He de reconocer que me dio un escalofrío al verla aparecer así, de la nada pero solo quería encontrar a su padre. Me mostró no sé cómo qué le hizo a su madre y por qué trataba de encontrarle, estaba segura de que yo sabía dónde estaba. El problema es que no tenía ni la menor idea. Me di cuenta de que conforme se acercaba más a mí, un tanto enfadada, con esa sonrisa maliciosa, clavando los ojos en mí, el cielo más se oscurecía, mi mente más se ensombrecía de pensamientos oscuros que ni yo sabía de dónde salían. Quizá creyó que era su madre, quizá fue ella quien la mató, ni siquiera ahora lo sé, pero tuve tantas sensaciones diferentes y extrañas durante esos últimos momentos que no sabría describirlo con exactitud. Me tiró al suelo sin mucho esfuerzo, se acercó a mí, podía oírla respirar, podía notar su cuerpo muy cerca del mío, cortándome el cuello con un cuchillo y lanzándome al vacío por el acantilado. Me fui apagando como un interruptor, mientras oía su risa cada vez más alta, estridente y molesta.

Un futuro al otro lado:

No sé si hay exactamente un otro lado, pero quizá es desde donde hablo ahora mismo. No fue una despedida agradable de la vida que tenía, del mundo en general. A decir verdad, no pude decir adiós, dejar todo en su sitio, pero eso es la vida también, ¿verdad? Las sorpresas, buenas y malas, cosas que no puedes evitar aunque quieras, tuvieron que pasar y no tenemos ni voz ni voto. Quizá ocurrió porque fui la que estaba allí. ¿Tuvo un toque sobrenatural extraño y espeluznante? Sin duda. Pero no podría explicarlo. Simplemente, ocurrió y ahora he de saber cómo vivir en el otro lado, si es que logro llegar a descansar algún día. He pensado mucho en eso que dicen de «estar en paz», de cerrar todo lo de tu pasado para seguir adelante, y creo que jamás he podido estar más en paz, sin responsabilidades, conflictos innecesarios o estrés contenido, ya no estoy obligada a decir cosas que no diría normalmente, tampoco me obligo a ser quién no soy, creo que es la primera vez que veo la luz al final del túnel, pero no en la vida real.

Toda historia tiene un final, y este es sin duda, el mío. Alguien será el siguiente, la muerte no espera, la vida se enreda pero siempre llega el momento de dejarla atrás, por mucho que tengas, por menos que necesites, por mucho que vivas con lo suficiente y básico. Siempre te perseguirá para cazarte, es mejor vivir con ello cuando ocurre y hacer del otro lado, un futuro diferente aunque incierto.


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Autor:

Escritora. Estudiante de la vida y apasionada por la lectura y el aprendizaje. Siempre activa, esperando crear una nueva historia o personaje. La dominación de las palabras forma su existencia y la música un componente fundamental para una mente creativa.

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